Posverdad, la palabra del año

El diccionario Oxford destacó la palabra posverdad como la más influyente del 2016.

Posverdad no significa exactamente engaño, fraude, mentira… y, sin embargo, le quita al término “verdad” su real valor. Implica entregar una información en que no importa el dato concreto, la seriedad, el análisis para tratar de llegar a cierta certeza demostrable; no: la era de la posverdad apunta a generar una reacción emocional y fácil de viralizar que conduce al populismo.

El engaño siempre ha existido; pero las actuales tecnologías permiten que una posverdad se difunda tan masivamente, que se confunde con la verdad, y se va creando así una falsa percepción.

No es extraño entonces que la desconfianza sea el símbolo de los tiempos actuales. Cuesta mucho separar la verdad de la posverdad.

Estoy convencida de que el antídoto frente a tanta incertidumbre es la educación cívica, ciudadana, ética y filosófica que conduce al respeto, a entender la dignidad propia y ajena, y en definitiva a la paz social. Esta última implica conocer los límites de la libertad en pro del bien común, el cual no cambia todos los días como las posverdades de cada grupo de influencia.

Vuelvo a citar en estas columnas a un referente en educación de calidad, Wilhelm von Humboldt, quien insistía en que en la escuela primaria se construye la base de toda la enseñanza. Proponía una formación tan sólida en valores como la honestidad y el respeto, que esa base “nadie la pudiera desdeñar sin despreciarse a sí mismo”.

En un mundo incierto, en el cual la posverdad nos remueve todos los referentes; en que la globalización -que implica conexión- a veces se confunde con eliminar toda tradición y sentido de pertenencia, lo que nos puede ayudar a recuperar un mundo más amable y gentil es una educación que forme en el respeto, que no solo instruya materias. He insistido en este espacio en que la paz social se forja en las mentes de personas que conocen conceptos de bien común, estado de derecho y respeto ciudadano. Pienso que filosofía y educación cívica debieran ser los ramos principales, enseñados con cariño y ejemplos concretos en la relación alumno-profesor. Esos conceptos, bien impartidos, dejan una huella indeleble en la posterior interacción entre los ciudadanos -que comprenderán sus deberes y derechos- y en los futuros gobernantes y parlamentarios, evitando el populismo de las posverdades para servir con esmero, eficiencia, lucidez y decencia.

Las personas sólidas en su formación, como las sociedades cohesionadas por el sentido de pertenencia, están mucho más protegidas de experimentos sociales utópicos basados en veleidosas posverdades.