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La Paradoja De La Libertad

Cuando cayó la Unión Soviética se observó lo paradojal que puede ser el concepto de libertad. Mucha gente -tras generaciones de comunismo- no tenía elementos de juicio para manejar su creciente libertad, que pareció abrumadora. Estaban acostumbrados a la tarjeta de racionamiento, a mínimos productos y a no opinar de políticas públicas.

La libertad es un proceso, requiere formación para poder tomar decisiones informadas y conducentes al propósito deseado. En “La Pradoja de la Elección” el psicólogo Barry Schwartz se refiere a la ansiedad que produce tener demasiadas opciones sin estar preparado para enfrentarlas. En política, el asunto se asocia a qué entendemos por libertad, y cuál es el rol del Estado en relación a ella. Los estatistas creen en una burocracia dominante, los libertarios persiguen que los ciudadanos tomen casi todas las decisiones incluso si son malas, y otros sostienen que, dentro de un Estado de Derecho, hay ciertas limitaciones a la libertad para asegurar el bien común. Por ejemplo, obligar a vacunarse.

Me siento interpretada por esta última visión. Creo muy difícil organizar una sociedad democrática si se llega al extremo de que cada decisión, incluso la que tiene implicancias para otros, la tenga que tomar personalmente cada ciudadano. El tema sin embargo es muy complejo. No es paternalismo –y así lo reconocen las sociedades democráticas- obligar a ahorrar para la vejez, pero de ahí surge una enorme gama de opciones para encauzar una política al respecto. Ese es un ejemplo de la difícil y paradojal libertad en una sociedad democrática.

Según la psicología y la economía conductual, los seres humanos no actuamos siempre en forma racional, y la falta de preparación en ámbitos complejos impide juzgar cada cosa en su mérito.

Por eso, la madre de todas las batallas es la Educación, que no es mera instrucción electiva, sino una formación integral. Si consideramos que el fin de educar es enseñar a pensar para tomar decisiones libres, hay ramos humanistas indispensables para orientar a los jóvenes.

La filosofía aporta un sentido de vida: ciencia sin filosofía puede ser destructiva, economía sin ética nos hace estúpidos, persiguiendo un consumo vacío de sentido.

La historia, sea de Chile, de las instituciones o del mundo, nos permite entender el devenir: que somos finitos, que el poder tiene límites, que el progreso es complejo y tiene diversas miradas. Rebajar la importancia de Historia como ramo formativo en el nuevo curriculum del Ministerio me parece un despropósito en un mundo que se ha quedado sin certezas, y con crecientes opciones.

 

 

Egipto, Petra, Dubai y El Tiempo

Un buen viaje, además de permitirnos conocer nuevos paisajes, nos ayuda a cambiar la mirada, a ver el mundo desde otra perspectiva. El Cairo, por ejemplo, se muestra como una ciudad ruidosa, sucia y poco cuidada por sus habitantes. Pero muy luego se empieza sentir el peso de la historia y  el constante “malesh” que expresa su gente, un especie de “no importa”, “así es la cosa”. Pienso que es el efecto sicológico de vivir rodeado de un desierto inabarcable, y del Nilo recordándonos la gran historia de la humanidad con el auge y caída de imperios y pueblos que ahí se encontraron: egipcios, griegos, romanos, árabes, coptos. Sin duda a los visitantes nos deja una impronta en el alma ver templos  milenarios, pirámides iluminadas al atardecer y en el día acercarse a ellas en un camello, y luego navegar por el Nilo hasta más allá de la represa de Aswan, ir a Abu Simbel e impresionarse con Ramsés II y su mujer Nefertari en sus colosales templos.

Son experiencias que a uno lo ayudan a situarse, a entender que todo va pasando, que hasta los más poderosos caen pero el Nilo sigue ahí aportando vida generación tras generación y revelándonos los misterios de civilizaciones ancestrales. Agatha Christie se quedó cerca de Aswan en el antiguo hotel inglés escribiendo frente al enorme mausoleo del Aga Khan, y cerca de los nubios que nos recibieron en sus casas decoradas. Todo en esa zona del alto Nilo es romántico, como la isla Philae y sus templos dedicados a Isis y Hathor, diosa del amor.

Viajar también es descubrir cuán equivocados estamos a veces sobre otras culturas. Los nabateos eran árabes nómades que crearon Petra, en lo que es hoy Jordania. Uno se imagina a los beduinos sobre camellos como “atrasados”, y sin embargo gente como ellos construyeron esa ciudad imponente en un estrecho valle entre rocas, que floreció desde el siglo IV a.C. y dominó el comercio entre el Mar Rojo y Damasco. Tras un terremoto permaneció siglos oculta en ese desfiladero infranqueable, hasta ser redescubierta en 1812 por John Burckhardt. Entrar en ese valle es retroceder miles de años en nuestra imaginación. Relativamente cerca está el Mar Muerto, lugar más bajo de la Tierra, 394 metros bajo el nivel del Océano. Y Amman, capital de Jordania, impecable, elegante, ordenada.

Ejemplo moderno de esa notable capacidad de los beduinos para crear en pleno desierto es Dubai. Rascacielos imponentes donde hace 25 años no había nada. El emirato vecino, Abu Dhabi, nos sorprende con su enorme mezquita de mármol y cantidades de palacios. Todo, desde las pirámides hasta hoy, a costa de obreros en condiciones muy duras. Y por los petrodólares, sabemos. Pero también sabemos que Venezuela con gente capaz y muchos petrodólares mantiene a demasiados en la pobreza. Por eso insisto en que viajar no es sólo cambiar de lugar sino renovar las ideas. Desde ahora, cada vez que vea la foto de un beduino y su camello, pensaré que gente como él tuvo la capacidad política de organizar, en una sola generación, un emirato con edificios como el Burj Khalifa con sus 830 metros de acero y cristal, o Petra, con piedras y mármoles milenarios.

Chile, China y EEUU

China es la civilización más antigua que mantiene vigencia cultural y lingüística hasta hoy. Mientras las ancestrales Babilonia, Persia o Roma desaparecieron, China permanece como entidad política y cultural.  Pensar en eso ayuda a dimensionar. Cuando hablamos de la Nueva Ruta de la Seda, debemos aquilatar que lo que expande China a través de ella no es sólo infraestructura para el comercio, sino una presencia que pretende dejar huellas profundas, que quiere influir a través de su soft power.

Los chinos saben que la historia es lenta, que no se resuelve nada trascendente en cortos períodos entre elecciones.  La tradición confuciana valora el interés colectivo de largo plazo por sobre el desarrollo individual.  Mientras la educación en Occidente busca preparar a los niños para ejercer su libertad y se les inculca que hay derechos humanos inalienables anteriores al Estado, en China los educadores tienen el deber moral de enseñar a no cometer errores que puedan alterar la armonía social.  De esta diferencia filosófica fundamental surgen formas políticas muy distintas.

Lo que está impactando el sistema político internacional es que, por primera vez en la historia, estas dos cosmovisiones deben convivir en todos los ámbitos, producto de la globalización.  La recíproca influencia entre China y Occidente (que no se limita a Washington y Beijing) es lo que está definiendo el siglo 21. Esto no es fácil de comprender desde una óptica meramente comercial.  Bajo el prisma Occidental, desde los antiguos griegos se entiende que el bien común es procurar las condiciones para que las personas logren su propia realización individual dentro de la sociedad. En la tradición china en cambio, la armonía (Ta Tung) es más importante que la libertad individual,  y se logra con un autoritarismo aristocrático, sea una dinastía hereditaria o el PC actual.

He visitado Shenzhen y pude observar ese concepto de progreso controlado. Ahí está el gigante tecnológico Huawei, que impacta por su admirable orden y pulcritud. Y lo he podido comparar con Silicon Valley, su ordenado desorden geek y la libertad para expresarse a través de múltiples empredimientos. Son dos formas de desarrollo diametralmente distintas, una basada en decisiones controladas desde una súper estructura, y la otra surgida de la espontánea libertad de la prueba y el error. Ninguna es mejor: son distintos conceptos de sociedad y del rol de las personas en ella.

Chile no está obligado a someterse por querer ampliar sus contactos comerciales. A nuestro país lo fortalece tener buenas relaciones con los dos mundos, sin caer en una dependencia estratégica. Pero lo que no se puede es ignorar todas las aristas de cualquier decisión: hoy en día, un cable de fibra óptica transpacífico no es un mero conductor para negocios, sino una potencial arma cibernética, que puede paralizar un país,  espiar las vidas, limitar la soberanía. Equilibrarse en este mundo turbulento y ser precavido es el arte de gobernar.

El Útero Fundamental

Tengo 5 hijos. Cuando mis cuatro hijas cumplían 12 años, la Isapre automáticamente aumentaba el cobro (no así el de mi hijo hombre). Ante mi reclamo, la explicación fue: las niñas en edad fértil podrían embarazarse y eso tiene costo para el sistema. La solución más simple que encontraron fue ponerle un cargo al útero, ese órgano femenino que permite la existencia humana, incluida la de los gerentes y banqueros, presidentes de Chile y diputados que hacen las leyes.

En mi fuero interno el asunto me indignaba. Sentía que el mensaje asociado a ese cobro -que mucho después fue eliminado, pero mostró una mentalidad que en diversas formas persiste- era pernicioso para la sociedad. No había ahí un análisis sobre nacimientos y paternidades responsables para ambos sexos, ni la defensa del concepto del bien común por parte del Estado. Era sólo una perspectiva económica y muy burda. Lo sentí intrínsecamente errado, pero fui incapaz de involucrarme y reclamar en plena crianza, no tenía tiempo ni mente para más.

Como analista internacional, acepté por años ganar menos que mis compañeros para tener tiempo con mis niños. Estudiaba los temas en mi casa y rendía lo mismo que los periodistas hombres en mi afán por cumplir, como le sucedía a tantas, y me alegro que hoy muchas jóvenes reclamen por esas diferencias. Aún así me sentía privilegiada de poder ejercer mi periodismo, porque mi marido se involucraba, tenía ayuda doméstica y mis padres colaboraban en el cuidado de mis niños. Inconscientemente acepté ese estado de cosas, y me adapté. Pero siempre tuve muy claro que la realidad de millones de mujeres es la doble tarea y el menor sueldo.

Insistí sobre eso en artículos periodísticos y hoy lo repito: que nazcan niños no es un “problema” femenino, es de interés de toda la sociedad; que hoy Chile tenga una tasa de fecundidad menor al 1.8 niños por mujer es preocupante; que el PIB por sí solo no es desarrollo, debe conducir a una mejor sociedad, acogedora con los débiles, entre ellos la mujer embarazada y los niños, que jamás deberían terminar maltratados en un Sename; que debemos buscar fórmulas parecidas a los países nórdicos donde el lema es : los niños son el tesoro de la nación, y toda la comunidad- mujeres, hombres, empresas, Estado- deben adaptarse para que puedan nacer y crecer apoyados, lo cual no es sólo un “asunto de mujeres”. En Suecia la igualdad de oportunidades se logró porque el apoyo fue dirigido a la pareja, fomentando que el hombre comparta las repercusiones profesionales de la maternidad.

Comprendo que el tema de la mujer es mucho más amplio que la maternidad, pero incluso ese aspecto básico no lo tenemos bien resuelto.

El día que en Chile entendamos que el útero es un órgano fundamental y no un problema, y que nazcan niños bien cuidados es de interés para la sociedad toda, tendremos un país más desarrollado en el buen sentido. Y, probablemente, más feliz.

Los conceptos que nos protegen

El 2018 fue el año en que se concretó el derrumbe de muchas certezas. Y no solo en Chile, con la crisis en Carabineros, en las FF.AA., en la Iglesia, y el desprestigio de diversos referentes políticos e institucionales. También en el mundo: EE.UU., antes líder indiscutido de Occidente, hoy genera más interrogantes que claridad sobre su rol internacional. Y la Unión Europea enfrenta desunión y el Brexit.

Las migraciones masivas muestran lo inestable que está el mundo: por una parte, representan el drama de muchísimos Estados fallidos en África y el Medio Oriente, cuyas poblaciones emigran en las peores condiciones; y por otra, han llevado al colapso de los sistemas de bienestar europeos, que no dan abasto. Sobre todo surge el problema cultural de asimilar e integrar a millones de seres humanos en sociedades que no tienen nada que ver con sus orígenes y creencias. Las migraciones han existido siempre, pero lo que impacta es su masividad en corto tiempo.

Todo esto, sumado a la creciente influencia de China y al nuevo rol de la Rusia de Putin en Eurasia, constituye un escenario internacional tensionado y muy diferente al que existía hace pocos años.

Para mí la principal pregunta, la gran interrogante, es qué pasará en el futuro con ciertos conceptos occidentales que creíamos intocables. Pensemos que solo en Occidente (es decir, en Europa y sus derivados en América), y desde hace solamente unos dos siglos, existen Estado de Derecho (Rule of Law), democracia, separación de poderes, derechos personales inalienables anteriores al Estado. La historia de la humanidad es el relato de esclavitud, teocracias, absolutismos, masas humanas muy pobres sometidas a pequeñas élites o castas o sacerdotes o reyezuelos. Y esa es la realidad aún en este siglo XXI en gran parte del mundo, en Arabia, en África, en el Medio Oriente; incluso China, con todo su avance comercial, es regida por un partido comunista único y no tenemos idea de lo que ocurre en su trastienda.

Vale la pena hacer patente los grados de libertad y derechos personales que se han logrado en Occidente, conceptos que creemos garantizados y por lo tanto no valoramos. Hay que recalcar que estos no se dan igual en otras culturas. El hecho de que gocemos de ciertos derechos desde que nacemos es fruto de un largo proceso, con muchos retrocesos, que condujo a lo que hoy llamamos Estado de Derecho: una gran excepción en la historia de la humanidad. Las instituciones que lo hacen posible son un tesoro invaluable que debemos reforzar todos los días. Velar por su buen funcionamiento depende de una sociedad civil atenta, porque las instituciones se anquilosan y corrompen. Pero por sobre todo se requiere una toma de conciencia de todos, para defenderlas con sabiduría.

Merkel y Bolsonaro

El anuncio de Angela Merkel de que se va a retirar de la primera línea política ha sido todo un impacto para las relaciones internacionales. Ella observa que ya es tiempo de barajar el naipe. Su femenino liderazgo y su hablar suave contrastan con su tremenda responsabilidad a cargo de Alemania, cuarta potencia económica del mundo y país líder de Europa. Cuando un político serio como Merkel ve que cambia el sentir en la sociedad, o que ya vive el desgaste del poder, da un paso al costado. Todo lo contrario de lo que hace un caudillo.

Jair Bolsonaro llega a la Presidencia en Brasil causando otro gran impacto. Guste o no lo que él representa políticamente, lo cierto es que una vez más una sociedad latinoamericana, cansada de la corrupción, potencia a una figura nueva como un salvavidas por la falta de legitimidad de sus instituciones.

Está por verse si Bolsonaro, que obtuvo legitimidad de origen por su contundente triunfo electoral, tendrá también legitimidad de ejercicio; porque es muy común en nuestra región que los gobernantes traten de empoderarse por sobre las instituciones, como ha sucedido con los caudillismos en Bolivia, Venezuela o en la Argentina de los Kirchner, claros ejemplos de abuso de poder. La actitud de la señora Merkel no es común por estos lares.

En estas columnas he insistido en la necesidad de una formación cívica desde Kindergarten , para que tengamos instituciones estables y una sociedad civil atenta. Se trata de transmitirles a los niños una actitud, una predisposición hacia el respeto interpersonal y de las normas, como se hace en todos los países que tienen democracias sólidas. Cualquier legislación será insuficiente si no existe una educación desde la cuna en conceptos como el bien común y el valor de la fe pública, que en nuestros países a menudo es burlada por las propias élites dominantes, afectando la confianza en las instituciones.

Wilhelm von Humboldt consideraba que “la formación en la escuela básica es fundamental para que surja la unión en la diversidad, el bien más alto al que puede aspirar una sociedad”.

En Chile, después de tantos años de marchas por la educación, ¿estaremos preparando mejor a nuestros niños? Pitágoras decía: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”. Estoy convencida de que si mejoramos la educación cívica, habrá más consideración y cariño por el país. Como ha dicho tantas veces Angela Merkel, una buena educación nos da libertad: “No se trata de estar libres de algo, sino para algo”.

Bolivia no es Evo

La Antigua Grecia aportó muchos análisis filosóficos sobre la condición humana, válidos hasta hoy. Entre las interesantes reflexiones de los griegos está la interacción entre la ciudad (lo público) y el alma. Decían que el alma humana tiene una parte que desea, otra que razona, y una tercera que es el thymos : la búsqueda de reconocimiento. La necesidad de validarse está en la esencia de las vidas personales y también de los pueblos.

Francis Fukuyama en su último libro, “Identity”, explica que esta búsqueda de reconocimiento está causando trastornos políticos en todo el mundo, impulsando fundamentalismos, nacionalismos y populismos. Si aplicamos ese razonamiento al caso de Bolivia, es evidente que su pueblo busca un reconocimiento, lo han convencido de que sus problemas se reducen a la falta de mar. Y de eso se aprovecha el populista Evo Morales en mala forma. Un gobernante serio canaliza el sentir popular desde la responsabilidad del cargo, que le exige caminos razonables. Morales abusó de un sentimiento al generar expectativas irracionales, como difundir que Bolivia adquirió derechos debido a la buena voluntad chilena de dialogar y buscar caminos para beneficio mutuo.

Cuesta entender que la Corte de La Haya acogiera esa demanda originada en el populismo de Evo Morales, que significó cinco años de un oneroso litigio para ambos pueblos que aún tienen grandes carencias. La Haya dio un contundente triunfo a Chile, en un fallo que deja meridianamente claro que está plenamente vigente el Tratado de 1904 y que Chile no tiene obligaciones pendientes con Bolivia.

Volviendo a Fukuyama, cuando escribió “El fin de la historia” -tras el fracaso del mundo soviético- analizó que se llegaba a una etapa de democracia y libre mercado. Pero las nuevas tecnologías trajeron cambios vertiginosos, y tras la globalización se impone ahora el impulso por el reconocimiento de lo propio, lo diferenciador, lo identitario. Y esto se hace de buenas y también de malas maneras. Evo Morales es ejemplo de lo segundo. Cambia la Constitución y las leyes para entronizarse en el poder, y denigra a su propio país usando un lenguaje ofensivo contra Chile con el pretexto de representar el deseo popular de acceder al mar.

Fukuyama explica que hay que diferenciar “isothymia” -el deseo de ser respetado como igual a los demás- de la “mega- lothymia” -pretender ser reconocido superior a los otros-. Desgraciadamente, para Bolivia (y para Chile), Evo Morales y su ideólogo García Linera se identifican con este último concepto. Pero Bolivia no es Evo. Establecido en La Haya que la soberanía de Chile no está en juego, podemos buscar modernas fórmulas de buena vecindad, para beneficio de ambos países, a pesar del gobierno de La Paz. Nuestra actitud de chilenos no debe ser el triunfalismo, sino la capacidad de distinguir entre el amable pueblo boliviano y sus irresponsables autoridades.

El moderno Aristóteles

No existe nada más poderoso que las ideas y la razón. Aprender a usar la mente debiera ser el fundamento de toda enseñanza. Y, por eso, Filosofía debería ser el ramo más importante a lo largo de nuestra educación.

Se trata de aprender a hacer introspección (conocerse) y relacionar, con sentido, la información que se acumula a lo largo de la vida. La filosofía entrega herramientas para manejarnos en relación con los demás y respecto de las preguntas trascendentes de la existencia. Se argumenta que no es un ramo práctico y efectivo para el rápido mundo moderno de la información. Pero no es así. Es tanta la información que fluye, que una formación filosófica prepara para jerarquizar, seleccionar y dar sentido.

Por ejemplo, en política. Todos los días observamos -sin saberlo, porque no nos remitimos a la filosofía- que la discusión de nuestros políticos versa sobre un antiquísimo tema: el llamado pacto social, ese difícil equilibrio entre la libertad personal y la autoridad. Desde la antigüedad, en todas las latitudes y épocas, las discusiones políticas de los pueblos han tenido que definir ese límite entre autoridad y libertad individual. Sin nociones de filosofía, la discusión se vuelve estéril. Porque se suele ignorar lo fundamental: que la filosofía aclara cuáles son los derechos inalienables de todas las persona antes del Estado. Y es la filosofía la que explica que, en un Estado de Derecho, la política tiene dos funciones principales: regular cómo se genera y distribuye el poder, y cómo garantizar los derechos de los gobernados.

Si una autoridad no maneja conceptos filosóficos sobre el poder, difícilmente lo ejercerá para lograr el bien común. Pura autoridad impositiva sería tiranía, ya lo definía así Aristóteles; pero agregaba que derechos individuales sin límites llevan a un caos y la democracia degenera en demagogia. Por eso, en sociedad, los derechos tienen sus límites y responsabilidades asociadas, algo que es necesario inculcar desde la niñez. Podemos discutir que el ramo de Filosofía en Chile, en general, se enseña mal, que los alumnos se aburren, que los profesores suelen ser muy teóricos, que tal vez no han sabido mostrar la vigencia práctica de ese estudio. Lo que no deberíamos dudar es de la necesidad de enseñar a pensar. El desafío es transmitir a los alumnos que la filosofía ayuda a vivir con más sentido, y que no hay nada más moderno, entretenido y vigente que Aristóteles.

La filosofía del progreso

En Chile hemos creado el Ministerio de Ciencia y Tecnología, lo que parece una buena cosa. Pero también hemos eliminado la enseñanza de filosofía en los colegios. Signo de los tiempos. Creemos tener progreso al aumentar la investigación y la información, pero muchas veces carecemos de la cultura necesaria para darle sentido a tanto dato. “Actualmente hay más científicos que en todas las épocas anteriores juntas, pero menos personas cultas”, se quejaba el filósofo José Ortega y Gasset. Y explicaba lo que llamaba decadencia: “En Occidente vivimos un período de desorientación producto de la amnesia cultural; el hombre masa no tiene una comprensión de la experiencia acumulada de nuestra cultura, y por eso carece de una conciencia hacia los demás”.

Hoy en día un juez, por ejemplo, tiene computador y todo el apoyo tecnológico para conocer antecedentes, pero su resolución dependerá finalmente de su criterio, que debería ser producto de una formación culta. Pero, en todos los ámbitos, muchos titulados de las mejores universidades solo han sido adiestrados para ejercer poder, no para actuar con sabiduría.

Es considerado exitoso quien aparece más en los medios, o recluta multitudes en marchas de protesta que pueden ser muy legítimas; pero lo que no puede ser es que actúe sin respeto por el enorme esfuerzo de generaciones anteriores en la creación de todo de lo que hoy disfruta: desde el Estado de Derecho, que le permite expresarse, hasta la señalética, el alumbrado, las calles y los bienes públicos en general.

Es preocupante que la formación filosófica no sea valorada. Que no se explique ni en los colegios ni en las universidades, tampoco en las familias, que la libertad -la sociedad de personas libres es lo más valorable de la modernidad- no es libertinaje, sino el estado que se alcanza tras entender la autodisciplina. John Locke decía que “los derechos no pueden entenderse sin un contexto normativo previo. Nuestras libertades incluyen ser responsable hacia la sociedad”.

La ciencia es esencialmente provisional, hasta que un nuevo descubrimiento echa por tierra el anterior. Sin embargo, la formación filosófica puede permitir al científico una comprensión integral de su aporte específico de estudio, porque la esencia del ser humano no cambia. De lo contrario, los especialistas pierden la visión de conjunto, lo que puede llevar a aberraciones. Lo mismo pasa en otros ámbitos. El mejor economista es el que entiende la sociedad y el espíritu de los tiempos, no el que solo ve el artificio de la bolsa y las finanzas.

En resumen, el llamado progreso implica una visión de conjunto, la capacidad de comprender las experiencias acumuladas de nuestra cultura, y articular esos conceptos para incorporar nuevos datos. Progreso es la evolución en el tiempo de esfuerzos de generaciones interconectadas.

El “zar” Putin

La Rusia profunda. Eso es lo que representa Vladimir Putin. No entenderlo puede conducir a errores, como pretender de Putin una conducta al estilo de las democracias occidentales. No, él se debe y responde a la sociedad rusa.

Cuando cayó la ex Unión Soviética visité la Rusia profunda. Y tras recorrer largos trayectos entre pueblos ancestrales en Crimea, en Ucrania, en la Rusia misma, el argumento que surgía en todas las conversaciones con amables campesinos o agitados moscovitas era el mismo: Rusia no puede ser dividida ni debilitada, no puede perder prestigio como potencia, porque de eso dependen su unidad y el control de su vastísimo territorio.

La respuesta a ese temor por la eventual decadencia rusa ha sido Putin, admirado en su país y reelegido por amplias mayorías. Es un ruso duro, como los antiguos cosacos que en los más recónditos parajes del imperio aseguraban sus fronteras y el dominio de Rusia en la enorme Eurasia.

Por eso en el caso de Siria en particular, del Medio Oriente en general, y de toda Eurasia, hay que saber que Putin -y cualquier hombre fuerte a cargo del Kremlin y de la conducción de Rusia- actuará según sus objetivos. Tal como lo hacen China y EE.UU. desde sus propias perspectivas.

Cuando EE.UU. y sus aliados europeos bombardean Siria para castigar el empleo de armas químicas, todo el mundo gira su mirada hacia Putin. Se sabe que él algo hará para impedir que Washington e Israel sean los únicos capaces de imponer sus intereses. Putin teme que, si se debilita el gobierno sirio de Bashar Al Assad, ganarán los extremistas islámicos que ya han causado diversos atentados en Rusia, con cientos de muertos. El principal argumento de Moscú es que, si cae el gobierno de Damasco, habrá más inestabilidad y proliferación del terrorismo islámico, como sucedió en Irak.

Para Putin, las alianzas con poderes locales son más efectivas para impedir que avancen los yihadistas que los bombardeos al estilo de EE.UU., sin compromiso en terreno. Por eso Rusia construyó -de acuerdo con Damasco- la base aérea Khmeimin en la costa siria en 2015, y expandió la base naval siria Tartus. Así los barcos rusos permanecen ahí y no tienen que volver a Crimea en el Mar Negro para su mantenimiento, dependiendo de los estrechos de Turquía.

Esos y muchos otros motivos explican que Siria sea un objetivo primordial para Rusia, cualquiera sea su gobernante. El “zar” Vladimir Putin tiene un fuerte compromiso militar, económico y personal con Siria. Igual que para todos los zares rusos anteriores -incluyendo los “zares” comunistas de la ex URSS-, influir en el Mediterráneo oriental es un objetivo intransable.