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La filosofía del progreso

En Chile hemos creado el Ministerio de Ciencia y Tecnología, lo que parece una buena cosa. Pero también hemos eliminado la enseñanza de filosofía en los colegios. Signo de los tiempos. Creemos tener progreso al aumentar la investigación y la información, pero muchas veces carecemos de la cultura necesaria para darle sentido a tanto dato. “Actualmente hay más científicos que en todas las épocas anteriores juntas, pero menos personas cultas”, se quejaba el filósofo José Ortega y Gasset. Y explicaba lo que llamaba decadencia: “En Occidente vivimos un período de desorientación producto de la amnesia cultural; el hombre masa no tiene una comprensión de la experiencia acumulada de nuestra cultura, y por eso carece de una conciencia hacia los demás”.

Hoy en día un juez, por ejemplo, tiene computador y todo el apoyo tecnológico para conocer antecedentes, pero su resolución dependerá finalmente de su criterio, que debería ser producto de una formación culta. Pero, en todos los ámbitos, muchos titulados de las mejores universidades solo han sido adiestrados para ejercer poder, no para actuar con sabiduría.

Es considerado exitoso quien aparece más en los medios, o recluta multitudes en marchas de protesta que pueden ser muy legítimas; pero lo que no puede ser es que actúe sin respeto por el enorme esfuerzo de generaciones anteriores en la creación de todo de lo que hoy disfruta: desde el Estado de Derecho, que le permite expresarse, hasta la señalética, el alumbrado, las calles y los bienes públicos en general.

Es preocupante que la formación filosófica no sea valorada. Que no se explique ni en los colegios ni en las universidades, tampoco en las familias, que la libertad -la sociedad de personas libres es lo más valorable de la modernidad- no es libertinaje, sino el estado que se alcanza tras entender la autodisciplina. John Locke decía que “los derechos no pueden entenderse sin un contexto normativo previo. Nuestras libertades incluyen ser responsable hacia la sociedad”.

La ciencia es esencialmente provisional, hasta que un nuevo descubrimiento echa por tierra el anterior. Sin embargo, la formación filosófica puede permitir al científico una comprensión integral de su aporte específico de estudio, porque la esencia del ser humano no cambia. De lo contrario, los especialistas pierden la visión de conjunto, lo que puede llevar a aberraciones. Lo mismo pasa en otros ámbitos. El mejor economista es el que entiende la sociedad y el espíritu de los tiempos, no el que solo ve el artificio de la bolsa y las finanzas.

En resumen, el llamado progreso implica una visión de conjunto, la capacidad de comprender las experiencias acumuladas de nuestra cultura, y articular esos conceptos para incorporar nuevos datos. Progreso es la evolución en el tiempo de esfuerzos de generaciones interconectadas.

La “creatividad” jurídica

De los más de 40 países sin acceso a mar en el mundo, Bolivia es lejos el más favorecido debido al Tratado de 1904 con Chile. La demanda que el Presidente Morales presentó en La Haya sostiene ahora que Chile además tiene obligación jurídica de negociar para otorgarle acceso soberano al mar. Y eso es lo que indigna: que porque Chile ha tenido la buena voluntad de buscar arreglos de mutuo beneficio, La Paz exija resultados según sus intereses.

Recordemos: El Tratado de 1904 fijó a perpetuidad los límites fronterizos, y fue excepcional, sin precedentes en el mundo. Normalmente, un país que pierde una guerra es sometido. Chile, en vez de imponer un acuerdo a Bolivia -que podría haberlo hecho-, en aras de una buena vecindad esperó 20 años para firmar un Tratado muy negociado y con enormes compensaciones para Bolivia: amplio libre tránsito para sus exportaciones, sin IVA, y almacenaje gratis por años, todo lo que exportadores chilenos no tienen; recintos especiales para Bolivia en los puertos, construcción y mantención del ferrocarril Arica-La Paz. Chile gasta al menos 100 millones de dólares anuales por esas atenciones.

Es más: para la firma del Tratado, Chile asumió el costo de la línea y del tren Arica-La Paz (más de cuatro millones de libras esterlinas de 1913), y debió construir otra red ferroviaria interna en Bolivia, más pagos a empresas mineras bolivianas, más aportes para la deuda boliviana, más otras compensaciones a La Paz. Fueron 178 mil millones de pesos de hoy (cifra calculada por académicos de la UC), el 5,4% del PIB de Chile de 1905. Muchos beneficios incluso no forman parte del Tratado y favorecen a exportadores bolivianos sobre los chilenos.

Ismael Montes ganó la presidencia de Bolivia en 1904 por el Tratado conseguido por La Paz. Eliodoro Villazón fue elegido en 1909 con el mismo argumento, y Montes reelegido en 1913 luciéndose con el Tratado.

Evo Morales intenta convencer de que Chile le debe, porque gobiernos chilenos, en aras de una mejor relación, han estado dispuestos a conversar opciones. Pero lo que Chile ha hecho concretamente desde 1904 es asegurar las mayores facilidades de acceso al mar a Bolivia, sin ceder soberanía, lo más sagrado para una nación. Los acercamientos han fallado por la inestabilidad política de Bolivia. El propio Evo Morales cambia leyes y Constitución para apernarse en el poder. Chile ha mostrado estos días que se atiene al Derecho, con una limpia alternancia en el poder. La Corte de La Haya no debe premiar la “creatividad” jurídica de Evo Morales, por el bien de las relaciones serias entre Estados.

Lo que le pediría

Al Presidente electo Sebastián Piñera le pediría que rescate y promueva nuestros valores sociales fundacionales. Son esas conductas y apegos tácitos que permitieron que Chile, que nació como una pobre y lejana capitanía general en la Colonia, rodeada por potentes virreinatos, se organizara rápido como república. Nuestro país, mucho antes que otros de la región, valoró el respeto a la ley, se dotó de instituciones y se forjó una posición internacional respetada.

Al Presidente Piñera le pediría que resalte esa riqueza moral latente que nos podría unir. Que convoque los aportes de personas de todos los sectores posibles, meritorias, sin preguntarles su ideología. Durante demasiado tiempo los políticos nos han querido convencer de que tenemos una división ideológica insuperable, que carecemos de valores comunes como el respeto, la compasión, la confianza en el Estado de Derecho. Es cierto que hay muchas fallas y carencias en nuestras instituciones, pero deberíamos mejorarlas entre todos, en vez de pretender reinventarlas con cada nuevo gobierno. La democracia es un asunto dinámico y progresivo, va sumando acuerdos y aportes de gobiernos y generaciones anteriores.

Le pediría al Presidente Piñera que redescubra nuestra narrativa nacional, que restaure el sentido de comunidad, de pertenencia a un pasado y a un futuro común. El gran problema de Chile hoy no es la economía ni son las diferencias políticas; lo que nos está complicando es la falta de confianza, entre nosotros y en nosotros mismos.

Necesitamos recuperar el apego.

Nuestra sociedad se formó sobre la base de un apego fundacional, un fuerte respeto a los padres, a las leyes, a la palabra empeñada, a un conjunto de acuerdos tácitos que llamábamos orgullo nacional y sentido de comunidad. Un estadista está llamado a hacernos sentir parte de algo más grande que nosotros mismos, que es Chile. Una vez recuperado el sentido de pertenencia, podremos tener más éxito en combinar libertad, derechos y deberes.

Le pediría al Presidente que convenza a los grandes empresarios de que la responsabilidad social no es una carga ni una desgracia, sino un camino seguro hacia la paz. Y que oiga a los jóvenes que no están felices con una economía que busca la -muy necesaria- rentabilidad material, pero en la que suele olvidarse que también existe la integradora rentabilidad social.

Si el Presidente Piñera pusiera su mejor esfuerzo en incorporar los anhelos y sentimientos de esa gran mayoría silenciosa de chilenos humildes y trabajadores -no solo de vociferantes dirigentes-, invitándolos y oyéndolos con respeto, creo que podríamos lograr esos acuerdos olvidados, para que cada uno pueda usar dentro del bien común su propia libertad. Pero si no recuperamos el sentido de pertenencia, aunque la economía crezca, no se darán los hábitos virtuosos que hacen posible un progreso real, inclusivo y duradero.

Reflexiones para la segunda vuelta

Chile es un país muy vulnerable, a pesar del progreso que ha logrado en los últimos años. Y no me refiero a la economía, sino a la falta de un consenso social mínimo. No hemos internalizado que una elección no debería significar ganadores absolutos ni derrotados totales, sino una sana alternancia en el poder.

Tampoco parecemos tener claro que en una democracia estable y profunda, la oposición debería tener tanta responsabilidad como el gobierno en la marcha del país; que se puede inferir el grado de cultura cívica de una nación por el equilibrio entre el gobierno de turno y la oposición.

Los chilenos podemos estar orgullosos de que al menos hemos logrado una democracia formal, con sus elecciones periódicas y respetadas, lo que es mucho decir en nuestra región hispanoamericana.

Pero no nos han inculcado desde niños -porque no tenemos una buena educación cívica- que somos una comunidad, no simples habitantes de Chile que suelen votar, sino ciudadanos: con derechos y obligaciones constantes, todos los días, no solo cuando sufragamos.

Deberíamos valorar más la pertenencia a una historia y un futuro común y mejorar la confianza entre nosotros. Se trata de lograr un consenso que incluya conceptos de respeto cívico, de bien común, de sentido de pertenencia.

Me encantaría que durante este período de reflexión, antes de la segunda vuelta electoral, habláramos más de la dignidad y altura que debieran tener los políticos y los altos cargos de la república. Y repetir que los ciudadanos tenemos derechos inalienables, pero también deberes hacia los demás y hacia el país.

Lo más intrínseco de una democracia y del liberalismo político es el concepto de que ningún poder puede considerarse absoluto. Los derechos de las personas no pueden ser desconocidos por una mayoría circunstancial.

Un gobierno democrático, por muchos votos que haya obtenido originalmente, en su ejercicio debe buscar un equilibrio: debe ejercer la autoridad, y al mismo tiempo garantizar las libertades personales. De eso se trata gobernar.

Pensemos más en estos temas. Mientras más sofisticada es una sociedad, más conciencia debería haber acerca de nuestro rol personal en el bien común, en el buen funcionamiento de las instituciones y en el respeto cívico. El objetivo es desarrollar un espíritu democrático, una actitud que no dependa del resultado de una elección, sino que esté presente siempre en el ánimo ciudadano. Intentemos lograr un sustrato psicológico que funde una sociedad con más paz y más confianza.

En el período de reflexión que hoy comienza, además de pensar en cómo votaremos, analicemos el sentido de un verdadero régimen democrático.

La llama que nos divide

La peor ola de incendios que ha vivido Chile, y el actuar de autoridades y vecinos, nos mueve a reflexionar sobre qué significa ser un buen ciudadano en el siglo 21. Con las diferencias legítimas que podamos tener en todo orden de cosas, lo que debiera unirnos es la conciencia de que somos parte de un cuerpo social, de una común ciudadanía chilena, y que solo de nosotros mismos depende nuestro destino.

Lo que les pasa a algunos nos suele repercutir a todos. Esto lo expresó muy bien John Kennedy cuando dijo “Ich bin ein Berliner”, refiriéndose a que hacía propio el sufrimiento de los habitantes de Berlín, rodeados por tanques soviéticos, y la necesidad de socorrerlos.

En nuestro Chile, tan azotado por la naturaleza, no podemos seguir con este ambiente de desconfianza. Urge un consenso social básico. El alineamiento espontáneo que debiera existir entre el Gobierno y la ciudadanía en casos de catástrofe no se nos da fácil. Se sospecha del Gobierno porque no reacciona rápido y con eficiencia, se sospecha de las causas de los incendios porque falta información veraz y creíble de parte de las autoridades, y todos aún pensamos en forma demasiado ideológica: que si se recurre a las FF.AA. se interpretará así, que si se nombra la palabra terrorismo se verá con intencionalidad política… en fin; los chilenos no nos damos tregua ni en medio de las catástrofes. Sentirnos todos parte del sufrimiento y de la solución nos aportaría un sentimiento de decencia, de pertenencia y de dignidad.

Pero no nos han inculcado desde niños -porque no tenemos una buena educación cívica- que somos una comunidad, que no somos solo habitantes de Chile sino ciudadanos que tenemos derechos y obligaciones hacia los demás. Bomberos y carabineros nos dan un buen ejemplo, pero en general somos un país bastante inculto en materia cívica. Recordemos que todas las religiones, filosofías y culturas incorporan la idea de la regla de oro, según la cual no debemos hacer a los demás lo que no querríamos que nos hagan a nosotros. Eso, aplicado a la política en los estados modernos, es educación cívica.

Si en las familias y en los colegios nos hablaran más de nuestro rol personal en el bien común, en el buen funcionamiento de las instituciones y en el respeto cívico, tendríamos una sociedad con más paz y confianza. Una educación cívica integral, que forme en el respeto, nos permitiría entender que ni las amenazas externas ni las inclemencias de la naturaleza nos pueden derribar, porque tendríamos arraigado un sentido de pertenencia, en vez de un sentido de sospecha hacia el prójimo.

Chile necesita urgente un programa integral de educación cívica, porque los valores imperantes en una sociedad se van forjando desde niños. De esos valores depende la estabilidad política y la dignidad de la vida en sociedad.

Presidentes de Chile juntos

“Para una política exterior exitosa se requiere, además de hacer bien la tarea, saber presentarla vía una diplomacia pública que hoy es tema prioritario en las cancillerías…”

La Cancillería ha dado a conocer un video sobre la demanda de Bolivia en La Haya, en el que se ilustra sobre los argumentos de Chile y los muchos -los increíbles- beneficios que nuestro país otorga a Bolivia. Se trata de diplomacia pública. El respeto que Chile ha tenido por los tratados y el Derecho Internacional es reconocido y es una gran fortaleza. Pero también hay que aceptar que hoy en día, con las redes sociales, existe el tema de las percepciones que se forma la opinión pública, la calle, como suele decirse. Bolivia ha trabajado especialmente ese aspecto, presentándose en todos los foros como un pobre país enclaustrado cuyos males derivan de no tener acceso soberano al mar.

Para una defensa más eficiente de la soberanía y del interés nacional, hoy se requiere una estrategia político-comunicacional. Chile no había sido eficiente en este aspecto, por el defecto de una virtud. Esa virtud consiste en que en Chile no se practica un nacionalismo populista, sino que este es un sentimiento suave, sano: un referente de identidad, no una bandera de lucha contra un vecino. Pero el defecto de esa virtud es que erróneamente hemos creído que el respeto a los tratados bastaría para garantizar la soberanía. Y hemos aceptado estoicamente que se nos vilipendie en los foros por parte de presidentes populistas, y hemos respondido con mesura y con un idioma legal, lo cual es lo correcto, pero hoy no basta. La Paz sistemáticamente trata de introducir en la opinión pública el concepto de que tiene reclamaciones legítimas que incluso denomina derechos “expectaticios”, palabra que no existe, pero que insinúa una esperanza unilateral transformada en derecho adquirido. En cambio, Chile no se ha dedicado a resaltar sus enormes aportes a Bolivia, que cuestan caro cada año. La Paz argumenta, por ejemplo, que el Tratado de 1904 le fue impuesto, cuando en realidad fue ratificado por el Congreso boliviano sin presiones más dos décadas después de terminada la guerra de 1879. Ismael Montes ganó la presidencia de Bolivia ese año 1904 enfatizando el excelente tratado que La Paz había obtenido; su sucesor, Eliodoro Villazón, repitió el argumento para ser elegido, y el propio Montes -recalcando los beneficios que obtuvo Bolivia- fue reelegido en 1913. Y es que, efectivamente, los pagos y concesiones que Chile hizo en esa época fueron enormes, como lo son hasta hoy los aportes que sigue haciendo en los puertos que Bolivia usa en Chile. Eso se explica muy bien en el video. Como hemos dicho antes en estas columnas, para una política exterior exitosa se requiere, además de hacer bien la tarea, saber presentarla vía una diplomacia pública que hoy es tema prioritario en las cancillerías. Recomiendo ver el video “Chile y la aspiración marítima boliviana: mito y realidad” y constatar, a través de la Presidenta y los ex presidentes de Chile, que en política exterior tenemos continuidad y profunda convicción, lo que nos une en un tranquilo y pacífico orgullo nacional.