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La proposición peruana afecta a todo el Pacífico Sur

La demanda unilateral de Perú ante La Haya argumenta que no hay tratados limítrofes,  sólo acuerdos pesqueros con Chile. Se trata de un cambio completo de posición, porque durante décadas el propio Perú aceptó esos tratados e hizo uso de las aguas del Pacífico en la forma en que ellos lo establecen. Chile, como es su tradición, debe defender con paciencia y serena firmeza el límite marítimo claramente definido.

Perú firmó con Chile y Ecuador la Declaración de Santiago de 1952 y  el Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954. Ambos acuerdos jurídicos obligatorios regulan la pesca y sobre todo, fijan el límite marítimo. Chile no sólo tiene a su favor el argumento legal de que esos documentos firmados con Perú están plenamente reconocidos y vigentes, sino que además Chile ha ejercido ininterrumpidamente soberanía en esas aguas, sin que nadie se lo impugnara, ni terceras potencias ni países de la región como el propio Perú.

No hay explicación para el cambio de actitud peruana después de más de 50 años de vigencia de los acuerdos reconocidos por Lima, salvo tal vez la voluntad interna de buscar una tensión artificial que logre unir a ese país en torno a este tema, considerando su enorme falta de consenso político y social. Son muchas las probabilidades de que sea, sobre todo, un problema interno nacionalista de Perú. Por eso hay que observar con prudencia la belicosidad de muchas declaraciones de personeros  peruanos que hemos tenido que oír estos días.

El gobierno de Lima dice además que busca en el tribunal de La Haya una solución “justa y equitativa”.  Esa expresión implica que Perú tiene una aspiración, un objetivo distinto a lo voluntariamente firmado hace décadas. Mientras Chile muestra los mismos títulos concretos,  pactados y rubricados, Perú expone esta nueva aspiración a un espacio marítimo ampliado.

Esa aspiración, de concretarse, dejaría a Arica  mirando mar peruano, enclaustrada, y traería consecuencias para terceros países. Cualquier conversación futura con Bolivia se vería afectada, y Ecuador, que firmó los mismos acuerdos con Chile y Perú para reconocer los paralelos divisorios de las aguas del Pacífico, podría esgrimir argumentos semejantes para aspirar a espacios de mar peruano. Todo el sistema del Pacífico Sur se vería afectado.

En una época histórica en que la economía globalizada tiende a la integración de los países vecinos  para sumar fuerzas dentro del contexto internacional, Perú ha decidido marcar diferencias. Así, aleja corazones, voluntades y proyectos comunes para un futuro en conjunto.

Falta el análisis ético de la crisis económica

El debate actual acerca de la economía de mercado debiera estar íntimamente ligado a una discusión ética. Porque el liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad. Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley,  y en la transparencia en la información. Todos aspectos ignorados por los principales protagonistas de la actual debacle financiera.

El sistema de libre mercado ha permitido movilidad social y reducción de la pobreza en los países en que se ha aplicado. Pero la gran paradoja es que no goza de admiración ni legitimidad moral ante  los ojos de la mayoría de las personas, incluso las que se han beneficiado de él. Es curioso, aunque las grandes migraciones de personas que buscan una mejor vida son siempre hacia los países que lo practican, lo cierto es que la percepción generalizada es que el libre mercado es sinónimo de egoísmo, consumismo y de una actitud cruel para optimizar ganancias.

La falta de cariño hacia el sistema se debe en parte a que los filósofos del libre mercado reconocieron abiertamente algo que cuesta aceptar: que la naturaleza humana tiende a perseguir sus propios intereses; que un sistema de libertades económicas permite que se satisfaga ese sinfín de motivaciones personales, con lo cual se beneficia a toda la sociedad. Los sistemas más estatistas, en cambio, tienden a planificar desde arriba lo que supuestamente conviene a las personas de abajo, con el pretexto de garantizar mayores grados de igualdad, cosa que nunca se ha logrado pero agrada a los oídos.  El tema, en definitiva, es que la economía de mercado requiere de ciertos hábitos y conductas como la honestidad, el ahorro, el esfuerzo personal y la postergación de gratificaciones, pero sobre todo responsabilidad.

Manipular el mercado a través de la especulación desbarajusta todo el sistema, lo transforma en una fuente de abusos. Cuando la Reserva Federal con Alan Greenspan desorienta con tasas irreales, cuando gobiernos no ejercen bien su deber de aplicar el sentido de las leyes y se desata la especulación, se altera el mercado que no es otra cosa que el libre intercambio de ideas, bienes y servicios.

El mercado es  transmisor de una enorme cantidad de informaciones dispersas que sirven para la toma de decisiones que afectan la vida de las personas. Por eso, alterarlo no es sólo antieconómico, es poco ético.Urge que las autoridades de los países más influyentes, en sus reuniones sobre cómo reactivar la economía, tomen en cuenta el sustrato de valores que requiere el liberalismo económico. Que se exija a bancos e instituciones financieras el debido respeto a las personas y a las confianzas en juego.

Perú suma dificultades a la crisis

En medio de una debacle financiera mundial, en la cual se mueve el piso económico de   todos los gobiernos, empresas y ciudadanos,  es más importante aún valorar las certezas que se tienen como nación. La seguridad que otorga un territorio bien definido y querido, y su proyección marítima, son los factores más permanentes y están, junto a la cohesión interna, directamente relacionados con la identidad y el sentido de pertenencia.

Por eso es tan importante tener conciencia de lo que está en juego en nuestra frontera marítima del norte. Perú pretende introducir un cambio, argumentando que la delimitación debe ser redefinida por criterios distintos a los de la línea del paralelo que rige actualmente, con lo cual obtendría un área marítima que hoy está sujeta plenamente a la soberanía chilena.

Como se trata de un tema muy técnico y alejado de los intereses diarios de las personas, pero de enorme repercusión para las futuras generaciones, es importante reafirmar conceptos. Lo que se debe tener en cuenta aquí es que la frontera marítima existente  está avalada por tratados que durante décadas han sido reconocidos por Chile y por el propio Perú que ahora los quiere cambiar. El límite marítimo fue expresado en los tratados tripartitos (Chile, Perú y Ecuador) de 1952 y de 1954. Como no se puede dibujar una línea en el mar, el límite marítimo fue acordado en  el paralelo geográfico, y fue materializado en tierra mediante el hito 1, a partir del cual se proyecta hacia el mar. Se ha reconocido este límite durante décadas no sólo por Chile y Perú, sino por toda la comunidad internacional.

El contencioso internacional planteado por Perú al acudir unilateralmente a la Corte Internacional de La Haya puede extenderse por unos tres años. Perú tiene plazo hasta el próximo 20 de marzo para presentar su memoria, por eso el tema recibirá mucha atención estos días. Luego Chile dispondrá de un año para presentar su contramemoria.

Es preocupante que un límite reconocido en acuerdos tripartitos entre Chile, Perú y Ecuador pretenda ser alterado por Lima, sobre todo porque esos tratados ( Declaración de Santiago de 1952 y  Convenio sobre Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954)  organizaron el sistema del Pacífico Sur.

Es muy negativo que a tanta inseguridad económica internacional que afecta a nuestros países, se sume una innecesaria y artificial inestabilidad fronteriza. Es caro, muy caro revisar fronteras. No sólo por los enormes costos en especialistas y viajes, sino por la desconfianza que se instala entra ambas naciones, afectando los negocios conjuntos  y los esfuerzos por progresar.

El verdadero estadista en los tiempos difíciles

Desde que estalló la crisis financiera muchos estamos mirando a EEUU con otros ojos. Así como hubo un antes y un después del ataque a las torres gemelas en cuanto a su  vulnerabilidad física, hay un antes y un después de la llamada crisis subprime respecto a su vulnerabilidad económica. La desconfianza se mantiene o crece aunque ha pasado ya más de  un año desde su inicio.

Hace rato dejó de ser un tema netamente económico para convertirse en una crisis de confianza en las autoridades y en el sistema financiero. Sólo un potente liderazgo puede revertirla, y todos se preguntan si el presidente Barak Obama será el gran conductor que el momento histórico requiere.

Un verdadero estadista debe ser  capaz de reconocer rápido las causas de un problema y  conducir a la nación en forma innovadora, no meramente administrativa. Eso implica ejercer el cargo público sin ideología partidista, y aplicar en tiempos de paz lo que la estrategia y la táctica representan en tiempos de guerra: agrupar todos los elementos de la capacidad nacional para lograr el máximo efecto que la situación exige.

El hombre de Estado además de seleccionar el objetivo, debe inspirar la voluntad colectiva de acción para conseguirlo al más bajo costo. La toma de decisiones  – lo más difícil en un cargo de responsabilidad- diferencia al mero gobernante del estadista. Este último concentra en sí la autoridad del poder legítimo reconocido por la comunidad, y la usa para conseguir los fines que interesan a la nación.

Un líder de Estado logra que la gente se sienta confiada en las motivaciones que lo impulsan a hacer lo que hace. Y ese estadista inspira para que cada ciudadano haga bien lo suyo, para que todos sean parte de la solución en un Estado subsidiario.

En EEUU fallaron todos los fusibles y controles económicos por parte de las autoridades políticas, la Reserva Federal, los bancos y los analistas de inversiones. Sobró especulación y faltó información y control, lo que condujo a un proceso acumulativo de errores que se fueron retroalimentando.

Hoy se espera de Obama un alto nivel de conducción, y es un error pensar que un gobernante está condicionado por las circunstancias históricas que le tocaron o por los problemas que heredó. No, eso sería determinismo. Un verdadero líder sabe que si sus acciones son relevantes, va creando nuevas situaciones. Debe descubrir oportunidades mirando al futuro y aprendiendo del pasado.

En medio de tanta receta económica y preguntas acerca del porqué de la crisis financiera, es bueno recordar lo que Lincoln, Jefferson y Franklin recalcaron: que libertad y democracia requieren creer en un fin superior, y que toda la sociedad -ciudadanos y gobernantes- deben tener en vista las virtudes públicas.