Egipto, Petra, Dubai y El Tiempo

Un buen viaje, además de permitirnos conocer nuevos paisajes, nos ayuda a cambiar la mirada, a ver el mundo desde otra perspectiva. El Cairo, por ejemplo, se muestra como una ciudad ruidosa, sucia y poco cuidada por sus habitantes. Pero muy luego se empieza sentir el peso de la historia y  el constante “malesh” que expresa su gente, un especie de “no importa”, “así es la cosa”. Pienso que es el efecto sicológico de vivir rodeado de un desierto inabarcable, y del Nilo recordándonos la gran historia de la humanidad con el auge y caída de imperios y pueblos que ahí se encontraron: egipcios, griegos, romanos, árabes, coptos. Sin duda a los visitantes nos deja una impronta en el alma ver templos  milenarios, pirámides iluminadas al atardecer y en el día acercarse a ellas en un camello, y luego navegar por el Nilo hasta más allá de la represa de Aswan, ir a Abu Simbel e impresionarse con Ramsés II y su mujer Nefertari en sus colosales templos.

Son experiencias que a uno lo ayudan a situarse, a entender que todo va pasando, que hasta los más poderosos caen pero el Nilo sigue ahí aportando vida generación tras generación y revelándonos los misterios de civilizaciones ancestrales. Agatha Christie se quedó cerca de Aswan en el antiguo hotel inglés escribiendo frente al enorme mausoleo del Aga Khan, y cerca de los nubios que nos recibieron en sus casas decoradas. Todo en esa zona del alto Nilo es romántico, como la isla Philae y sus templos dedicados a Isis y Hathor, diosa del amor.

Viajar también es descubrir cuán equivocados estamos a veces sobre otras culturas. Los nabateos eran árabes nómades que crearon Petra, en lo que es hoy Jordania. Uno se imagina a los beduinos sobre camellos como “atrasados”, y sin embargo gente como ellos construyeron esa ciudad imponente en un estrecho valle entre rocas, que floreció desde el siglo IV a.C. y dominó el comercio entre el Mar Rojo y Damasco. Tras un terremoto permaneció siglos oculta en ese desfiladero infranqueable, hasta ser redescubierta en 1812 por John Burckhardt. Entrar en ese valle es retroceder miles de años en nuestra imaginación. Relativamente cerca está el Mar Muerto, lugar más bajo de la Tierra, 394 metros bajo el nivel del Océano. Y Amman, capital de Jordania, impecable, elegante, ordenada.

Ejemplo moderno de esa notable capacidad de los beduinos para crear en pleno desierto es Dubai. Rascacielos imponentes donde hace 25 años no había nada. El emirato vecino, Abu Dhabi, nos sorprende con su enorme mezquita de mármol y cantidades de palacios. Todo, desde las pirámides hasta hoy, a costa de obreros en condiciones muy duras. Y por los petrodólares, sabemos. Pero también sabemos que Venezuela con gente capaz y muchos petrodólares mantiene a demasiados en la pobreza. Por eso insisto en que viajar no es sólo cambiar de lugar sino renovar las ideas. Desde ahora, cada vez que vea la foto de un beduino y su camello, pensaré que gente como él tuvo la capacidad política de organizar, en una sola generación, un emirato con edificios como el Burj Khalifa con sus 830 metros de acero y cristal, o Petra, con piedras y mármoles milenarios.