La bendita diferencia de los sexos

Durante el siglo XX la tendencia fue impulsar a las mujeres a vincularse en forma competitiva con los hombres en los temas laborales y políticos. La consecuencia es que paradojalmente, en la medida en que los países se desarrollan, baja la natalidad hasta cifras alarmantes, y los nacimientos no alcanzan a cubrir la tasa de reemplazo de padre y madre. Los países avanzados envejecen, y esa es una de las principales preocupaciones de la política y la economía internacional.

Por eso es muy importante reflexionar sobre una diferencia entre mujeres y hombres que es hoy considerada políticamente incorrecta y por eso poco mencionada. Se trata de las distintas prioridades respecto a cómo contribuir al país, a la patria o como queramos denominar al Estado-nación al que nos sentimos ligados por vínculos históricos y afectivos.

La realidad muestra que cuesta mucho que las mujeres participen en la  gran política nacional, porque ellas custodian afectos: a ellos les dedican sus vidas y esfuerzos diarios, en forma imperceptible pero fundamental para la sociedad. Los afectos son la verdadera patria de las mujeres.

El hombre se siente más llamado por la gigantesca e impersonal política de los Estados, de las banderas y de los partidos. El aporte femenino es mucho más discreto, más íntimo, pero no por eso menos importante. No significa que las mujeres no valoren la marcha de la sociedad, que es el marco en el que se desarrollan sus afectos; incluso pueden  sentir una responsabilidad heroica hacia el país. Pero en general,  les nace expresarla de un modo más sutil, con mayor inteligencia emocional.

Ya en el siglo XIX John Stuart Mill argumentaba a favor de la idea de la mujer responsable, en vez de pasiva como lo exigía la sociedad de la época. Gran aporte. Después vino el feminismo militante que buscó la paridad en todos los ámbitos, incluso a través de la discriminación positiva.

Se fomentó que la mujer dejara su patria de los afectos para disputar espacios en la gran política y en la igualdad laboral. Tanta fue la exigencia, que hoy prevalece una absurda incompatibilidad entre maternidad y desarrollo profesional, porque la sociedad moderna no honra realmente la cualidad específica de la mujer. La maternidad parece estar excluida de los conceptos actuales de rendimiento, competencia y desarrollo, lo que      impide acordar principios válidos para la inferencia de leyes generales que favorezcan realmente a la mujer.

Tras el camino recorrido en el siglo XX para lograr igualdad de oportunidades, en el siglo XXI se necesita otra mirada, una que permita complementar las diferencias, esas benditas diferencias entre hombres y mujeres que enriquecen a la sociedad, en vez de empobrecerla en la uniformidad.