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Privilegios poco conocidos que Chile otorga a Bolivia

La firma del Tratado de 1904 fue un hecho muy excepcional, sin precedentes: que un país que ha perdido una guerra como Bolivia, recién después de 20 años firme un Tratado negociado y acordado, con onerosas compensaciones de Chile, es algo en realidad muy civilizado por parte del ganador. Y que fuera considerado favorable por los propios bolivianos, en una época en que la lógica imperante era que el que gana una guerra traumática impone por la fuerza un acuerdo al otro, implica un respeto excepcional por parte de Chile.

Por eso no extraña que el candidato Ismael Montes ganara la presidencia de Bolivia justo en 1904, debido a que su campaña se basó en resaltar el excelente Tratado que La Paz había obtenido. Su sucesor, Eliodoro Villazón, fue elegido en 1909 con similar argumento, y el propio Montes, tan defensor del Tratado, fue reelegido en 1913.

No es para menos: de los más de 40 países sin acceso a costas que existen en el mundo, Bolivia es por lejos el más favorecido de todos en virtud ese Tratado. El amplio libre tránsito establecido y celosamente defendido por Chile para las exportaciones bolivianas hacia el Pacífico, sin IVA, y el almacenaje gratis por años, que Chile le otorga en nuestros puertos (gratuidad que los exportadores chilenos no tienen), las construcciones para Bolivia en los puertos y los pagos que el estado chileno debe aportar a los administradores portuarios para compensar las gratuidades otorgadas a Bolivia, y la mantención del ferrocarril Arica –La Paz, significan un gasto para Chile de 100 millones de dólares anuales.

Pero además, hay que recordar lo que Chile otorgó para la firma del Tratado: el costo de la línea y del tren Arica-La Paz fue de 115 mil millones de pesos (más de 4 millones de libras esterlinas de 1913, cuando se terminó). Si se suman otras obras relacionadas, y la construcción de otra red ferroviaria interna en Bolivia y solventada por Chile, más lo que se pagó a empresas mineras bolivianas, y lo que Chile aportó para la deuda boliviana y otras compensaciones al gobierno de La Paz, la cifra asciende a 324 millones de dólares, o más de 178 mil millones de pesos de hoy (cifra calculada por Matías Bakit de El Mercurio con profesores de economía de la UC). Eso, para el tamaño de las economías de esa época era sideral: le significó a Chile aportar el 5,4% de su PIB de 1905 en compensaciones a Bolivia exigidas en el Tratado de 1904 vigente hasta hoy y respetado incluso más allá de lo necesario por Chile, ya que muchas de las ventajas de IVA y almacenaje no son parte de las exigencias y constituyen beneficios para bolivianos sobre los chilenos.

Un Acuerdo así negociado, sin imposiciones de fuerza, firmado y ratificado por los Congresos 20 años después de terminada la guerra de 1879, es algo inédito por lo favorable para el país que perdió tamaño conflicto.

Bolivia se presenta como una víctima por no tener una salida soberana al mar. Atribuye a eso todos sus problemas. Chile ha dado las mayores facilidades imaginables sin ceder soberanía, que es lo más sagrado de una nación. Los acercamientos fallan por las inestabilidades políticas internas de Bolivia. Por toda esta historia de aportes, gastos y búsquedas de facilidades de acceso al mar, Chile merecía reconocimiento. No una demanda ante La Haya por supuestos “derechos expectaticios”, que pretenden dar una interpretación torcida a la buena voluntad chilena.

Chile debe mejorar su diplomacia pública

Chile ha tenido una política exterior seria a través de su historia, de respeto al Derecho Internacional, y un comportamiento comercial reconocido. Pero hoy en día eso no basta para una defensa eficiente de la soberanía y del interés nacional. Se requiere una estrategia político-comunicacional, porque los enormes cambios tecnológicos han hecho surgir un nuevo fenómeno en las relaciones internacionales: el concepto de OPINION PUBLICA MUNDIAL, que influye fuertemente en la percepción que se tiene de un país. Chile no ha sido eficiente en eso.

Observemos el caso de Bolivia: a pesar de que Chile tiene todos los argumentos jurídicos a su favor, La Paz ha ido  introduciendo en la opinión pública (prensa, ONG, algunos organismos multinacionales, personeros internacionales, etc.)  la idea de que tiene “derechos y reclamaciones legítimos” , que ahora incluso llama “expectaticios”. Y se presenta como un David oprimido por un Goliat: Chile. No se conocen en igual medida los múltiples ofrecimientos de Chile, ni la negativa peruana, ni se explica que el Tratado de 1904 fue ratificado por el Congreso boliviano sin presiones más dos décadas después de terminada la guerra de 1879, ni los pagos y concesiones que Chile hizo en esa época, ni los aportes que sigue haciendo en los puertos que Bolivia usa en Chile.

En el mundo es cada vez más gravitante el soft power. Se trata de convencer audiencias más que de imponer una política. Por eso la llamada diplomacia pública (public diplomacy)  gana espacios en las Cancillerías modernas. Chile debe mejorar ese aspecto. La política exterior no sólo debe hacer bien la tarea, sino que debe saber presentarla ante la opinión pública. Una política exterior exitosa hoy es la que logra imprimir en el público una cierta percepción.

De ahí que este fenómeno debe ser incluido como prioritario en la Cancillería,  porque aún el mejor trabajo de política exterior  puede ser  alterado si la percepción de la opinión pública mundial es desfavorable a Chile.

Bolivia, sin presencia internacional mayor  -pero con una política exterior majadera que hay que reconocer ha sido coherente en su propósito – ha logrado unir a ese país tras una sola meta: el mar. Incluso a costa de empobrecer a su pueblo al negarle por décadas la posibilidad de acuerdos modernos de intercambio, que habrían beneficiado a ambas naciones.

Para lograr esa percepción internacional, primero hay que tener una coherencia interna en Chile: contactar a personas claves, líderes de opinión en sus respectivas áreas, para que conozcan la memoria histórica de la Cancillería. Se trata de crear conciencia sobre los intereses permanentes del país y su percepción externa con parlamentarios, periodistas, académicos, profesores, exportadores etc., explicarles la necesidad  de esa política de Estado y realmente creer en ella.  Convencer a las respectivas audiencias. Por ejemplo, los empresarios que exportan podrían ser parte activa en esta percepción. Todas las personas que estén en los cargos estratégicos deberían ser informadas de las políticas permanentes del país. Es más: en cada Ministerio debería haber alguien en contacto constante con Cancillería, como parte de un trabajo sistémico, que involucra a todos.

Recordemos: en cada caja de manzanas o de vinos exportada, en cada tonelada de cobre que sale al exterior, se refleja todo el sistema-Chile: la calidad de sus trabajadores, empresarios, carreteras, policías, puertos, etc. Y sobre todo se refleja la seguridad política con que Chile se desenvuelve en el mundo: de ahí la importancia transversal de la Cancillería.

La mejor política exterior es la que logra apoyar el interés nacional en el mundo. Hoy implica imprimir en las audiencias, en la llamada opinión pública mundial, una percepción favorable al país. Sobre todo en los asuntos limítrofes que se exponen ante tribunales internacionales. Esa percepción pesa mucho, además de los Tratados firmados y los acuerdos comerciales. La soberanía nacional depende cada vez más de una diplomacia pública eficiente.

El Alma Rusa

No es posible entender lo que sucede en Rusia y en Ucrania sin comprender el alma rusa.  La rápida globalización nos hace olvidar que los pueblos tienen antiguas tradiciones y un imaginario colectivo que los lleva a actuar de un modo a veces difícil de interpretar.  En Rusia han existido hace siglos dos corrientes: una es la pro-occidental, que ansía acercar Rusia a occidente, por lo que el zar Pedro el Grande fundó San Petersburgo en 1703 el Báltico, para traer las influencias europeas a su nación. La otra corriente es la llamada eslavófila, apegada a la tradición religiosa ortodoxa y campesina de la Rusia profunda, que teme a las influencias foráneas.

Putin ha navegado entre ambas corrientes y eso explica su prevalencia y poder. Ha sabido entenderse con EEUU y participar en el diálogo de Europa. Pero también atiende a la Rusia profunda, que exige asegurar el enorme territorio tantas veces invadido por mongoles, tártaros, suecos, polacos, franceses, alemanes.  Siempre ha sido objetivo clave  de la política exterior rusa controlar estados “tapones” de Europa oriental, para impedir ser dominada desde occidente, hoy representado por la OTAN. De ahí que influir en Ucrania es considerado, por todo gobernante ruso, como un deber.  El Nobel Alexander Solzhenitsyn decía que no se concibe Rusia sin Ucrania.

El territorio al oeste de los Urales es la Rusia europea. La  propia historia rusa se inicia con la llegada de pueblos germanos nórdicos – noruegos, suecos- que bajaron desde el Mar Báltico por los grandes ríos hasta Constantinopla y el Mediterráneo. Estos llamados Rus fueron formando asentamientos en la actual Ucrania, que serían las primeras ciudades rusas, como Kiev y Novgorod. Tras la invasión de los mongoles desde el este, surgió la necesidad de unificar los principados y se fue creando el gran imperio ruso con capital en Moscú. Por su enorme tamaño siempre ha tenido gobiernos fuertes para evitar la anarquía interna.

Desde Catalina La Grande con su mariscal Potemkin, Rusia  ha defendido su acceso al Mar Báltico en el norte y a los estrechos turcos a través del Mar Negro en el sur. Eso explica la presencia de la flota rusa en el Mar Negro, y el apoyo enorme que ha tenido dentro de Rusia la actual ocupación de Crimea ordenada por Putin. Uno puede criticar los métodos, el irrespeto al Derecho -pues Ucrania es hoy una República independiente que incluye Crimea- pero no se puede ignorar que, tarde o temprano, Rusia iba a recuperar su influencia en esas zonas.

Cuando cayó la URSS recorrí  la Rusia profunda, esa estepa interminable como se ve en la película Doctor Zhivago,  Ucrania con sus iglesias multicolores en Kiev, la propia península de Crimea, su clima cálido y sus cipreses; visité Foros donde estaba Gorbachov en su dacha cuando perdió el poder, y Yalta, desde  donde se repartió el mundo tras la II Guerra Mundial. Y en todas las conversaciones con ucranianos y rusos  surgía una y otra vez la interrogante sobre el futuro de Crimea  y la flota rusa.  La respuesta la ha dado Putin, ese hombre insondable que había mostrado su lado pro occidental visitando a Obama y el G-8, pero que hoy también nos recuerda que es un ruso profundo, como los cosacos que en las fronteras del imperio aseguraban que, cualquiera fuera el costo, Rusia iba a dominar en Eurasia.

Lamer nuestras heridas y avanzar

“En una sociedad se consolida la libertad solo cuando sus gentes son capaces de crear las condiciones para hacerla tangible para todos. Eso implica comprender las demandas reales de los ciudadanos…”

Los chilenos hemos vivido una semana de fuertes recuerdos. Ahora debemos encontrar la forma de unirnos para avanzar. Junto con respetar a los que han sufrido más, debemos encontrar puentes para no eternizar la desconfianza si queremos legar a nuestros hijos una sociedad de paz y libertades. Algunos piensan que la libertad es un asunto personal y que cada uno tendrá que ver cómo alcanzar. En religión o psicología puede ser, pero en política, la libertad es un asunto social, porque se expre- sa en relación con los otros.

Hay quienes sostienen que la libertad está ligada principalmente a la economía, para conseguir independencia material. En realidad, se puede tener un PIB maravilloso, como algunos países del Medio Oriente, donde, sin embargo, campean el poder absoluto, las castas, el abuso, la intolerancia. En una sociedad se consolida la libertad solo cuando sus gentes son capaces de crear las condiciones para hacerla tangible para todos.

Eso implica comprender las demandas reales de los ciudadanos. Y las encuestas demuestran que los chilenos aspiran a tener protección frente a los abusos y mayor inclusión social. Son aspiraciones potentes, delicadas y mucho más sofisticadas que las que existían hace solo algunas décadas, cuando se pedía satisfacer necesidades mínimas. En eso hemos avanzado mucho. Felicitémonos, porque se logró con el esfuerzo de todos. Pero ya es repetitivo decir que la sociedad cambió, que los ciudadanos manejan hoy mucha información, exigen sus derechos y también -por falta de educación cívica- suelen olvidar las obligaciones que esos derechos implican respecto de los demás.

En esta nueva realidad, el término inclusión es tal vez el que más pesa. Es un concepto mucho más amplio que el acceso al trabajo y al consumo. Los gobiernos pueden proveer servicios, pero no pueden imponer la autoestima ni el respeto hacia los demás; pueden ayudar a satisfacer necesidades materiales, pero no pueden crear cohesión nacional por imposición. Esta nace desde la sociedad civil misma.

Por algo las naciones más democráticas y cohesionadas, como las nórdicas, les dan enorme atención a los espacios públicos, que son muchos y agradables, porque es ahí donde se produce el encuentro social. Y sobre todo, invierten en educación y formación de profesores, porque ellos preparan el tesoro más preciado de una nación: los niños. En Alemania desde tiempos inmemoriales nada es más respetado que ser Herr Professor , en Inglaterra las familias más cultas tienen algún historiador entre sus miembros, en EE.UU. las cátedras universitarias son todo un estatus en una sociedad que abomina de otro tipo de títulos. Pero como se los admira, se les exige. Los docentes son de una preparación superior.

Es imperativo ayudar a que nuestros hijos hereden un Chile más cohesionado, lo que pasa por desarrollar un clima de paz social y de verdadera libertad, donde la condición de origen no sea una lápida que les impida a muchos niños desplegar sus capacidades. Ojalá podamos avanzar en esto y, simultáneamente, lamer nuestras heridas del pasado.

Allende, Pinochet y las grandes potencias

Las circunstancias internacionales que marcaron una época.

Hace 40 años que los chilenos no nos perdonamos, acusándonos mutuamente de la llegada del marxismo al poder en 1970, dicen unos, o por el golpe militar de 1973, dicen otros.

Pero los chilenos, más que culpables, fuimos víctimas. Víctimas de un mundo que estaba desquiciado por la Guerra Fría, la división Este-Oeste, la bipolaridad en la que Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaban en una lucha ideológica y nuclear, de la cual no escapaba ningún país. Las diferencias políticas que los chilenos teníamos en esa época no habrían llegado al extremo de una cuasi guerra civil y posterior golpe militar, de no haber sido Chile arrastrado por esa Guerra Fría a la que nos sometían las grandes potencias.

Por eso, los chilenos deberíamos perdonarnos. Fuimos protagonistas involuntarios de una época en que la Tercera Guerra Mundial, que no podía disputarse directamente entre EE.UU. y la URSS porque habría significado la destrucción nuclear de la humanidad, se desarrollaba entonces en terceros países: recordemos el aplastamiento por parte de Moscú de las protestas populares en Alemania, Polonia, Hungría. La Guerra de Corea. La construcción del Muro de Berlín en 1961 por parte del mundo marxista. La crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en 1962. La invasión soviética a Checoslovaquia en 1968, dos años antes de la llegada de Salvador Allende al poder en Chile. Las revelaciones de Alexander Solzhenitsyn y Boris Pasternak sobre las atrocidades cometidas en la URSS. Los efectos de la Guerra de Vietnam y la obsesión norteamericana con el avance del marxismo mundial, que llevaba a la CIA a intervenir y a Washington a instalar gobiernos títeres en Latinoamérica y otras regiones. En resumen, era la división del mundo en áreas de influencia norteamericana y soviética, amenazadas por la bipolaridad atómica.

Chile estaba en la zona de influencia norteamericana, pero llegaba un gobierno marxista. El país aportaba el control del paso bioceánico austral, una larga costa en el Pacífico, y posiciones insulares y antárticas de indudable valor militar y estratégico. Por eso, la llegada de la Unidad Popular al poder tenía enormes repercusiones internacionales.

En esas circunstancias extremas que vivía el mundo asumió en 1970 Salvador Allende, con un 36,2% de los votos. Para el marxismo, era la primera vez que lograba el poder sin doblegar a un pueblo por las armas, y por eso el régimen de Moscú convirtió a Allende en un símbolo. No importaba lo que pasara con los chilenos, lo interesante era demostrar que la dictadura del proletariado era irreversible a nivel mundial.

La “Doctrina Brezhnev” decía que un país que entraba a la órbita socialista no podía salir voluntariamente de ella. El Presidente Allende hizo explícita esa dependencia al denominar a la URSS “nuestra hermana mayor” (discurso de Allende en el Kremlin, 6-12-1972). La revolución chilena estaba íntimamente ligada al movimiento revolucionario marxista leninista mundial, y Carlos Altamirano decía que “la cuestión básica del poder jamás se resolverá en la tribuna parlamentaria, siempre ha sido y es fruto de la lucha insurreccional” (Genaro Arriagada: “De la vía chilena a la vía insurreccional”).

EE.UU. también tuvo responsabilidad en la extrema tensión que vivió Chile en los años 70 y 73. Su táctica era apoyar cambios de gobiernos para instalar regímenes que obedecieran las órdenes de Washington y sus intereses políticos y económicos. La gran frustración de EE.UU. fue no poder manipular al gobierno militar, pues las FF.AA. de Chile tenían una larga tradición de mando a la que respondían disciplinadamente.

Tal como Allende -que probablemente creía en el socialismo democrático- fue víctima de la Guerra Fría y de las expectativas soviéticas en la región, así también la dictadura militar chilena fue víctima del enojo norteamericano ante un general díscolo frente a los intereses de Washington en Latinoamérica. Los soviéticos desvirtuaron a Allende al querer utilizarlo para sus propios fines de expansión mundial. Y los norteamericanos desvirtuaron al gobierno de las Fuerzas Armadas chilenas, por no ser obediente a sus intereses, castigándolo con sanciones económicas y militares. La violación de derechos humanos sin duda fue un factor que Washington consideró además, pero solo además, pues solía entenderse perfectamente con otras dictaduras sumisas a EE.UU.

Al caer el gobierno de la UP, Chile se convirtió en el único país del mundo que lograba liberarse de un gobierno socialista soviético una vez instalado en el poder. Fue un golpe insoportable para la estrategia marxista, que no se perdona hasta hoy. Incluso, cuando después la URSS invadió Afganistán, Brezhnev dijo que no podía repetirse la pérdida del poder ocurrida en Chile (diario Pravda, 12-1-1980). A su vez, la independencia para actuar del gobierno militar chileno en el plano nacional e internacional fue una molestia también inaceptable para la estrategia de EE.UU. de la contención, que consistía en instalar gobiernos pro norteamericanos manipulables para combatir la expansión soviética.

Así, Chile vivió la triste experiencia y pagó las consecuencias de ser un país que no pudo escapar a los intereses de las grandes potencias, que llevaron al mundo a la locura de la guerra ideológica y amenaza nuclear. A pesar de nuestras propias divisiones, falencias, desigualdades, ideologismos y disputas, Chile y los chilenos también fuimos víctimas. Por eso, tratemos de mirar el futuro respetándonos más en nuestras legítimas diferencias.

 

Derecha y liberalismo en Chile

“La tradición liberal clásica ha tenido poca presencia en nuestro país. Difundirla es una gran tarea para el futuro….”

A mucha honra, soy liberal (en Chile aún lo llamamos ser “de derecha”, término que en algunas democracias occidentales contemporáneas tiene un sesgo peyorativo). El liberalismo, en el sentido europeo del término, surgió como reacción al poder de las monarquías absolutas. Su esencia es creer en un Estado de Derecho activo pero subsidiario, que jamás pueda atentar contra las libertades individuales; y promueve la responsabilidad personal por los actos propios.

En Chile, el concepto de derecha o centroderecha ha estado demasiado asociado a lo económico, a un restrictivo objetivo empresarial de eficiencia y eficacia. Le ha faltado expresar con más énfasis una visión en el ámbito de lo público, y tener la convicción de que la economía ayuda a promover una sociedad de oportunidades reales. Creo que eso explica, en parte, la percepción de que la derecha es defensora de privilegios.

Me parece que es un deber buscar el equilibrio macro, el crecimiento del PIB y del empleo para avanzar hacia una sociedad de individuos más libres y menos dependientes del Estado, pero eso no basta: para lograr una sociedad más integrada, la política debe procurar una combinación de códigos éticos y económicos para no debilitar lo más importante en una comunidad: su cohesión interna. La mera economía -menos aún si está tan concentrada en pocos grupos muy potentes- no puede aportar soluciones para una infinidad de problemas complejos en la sociedad. Por algo grandes pensadores económicos -incluyendo al propio Adam Smith- fueron filósofos morales que hablaban de virtudes asociadas a la cultura de la libertad: la confiabilidad, la lealtad, el bien común, la fe pública, la compasión. Ninguno de esos pensadores habría dudado en llamar abusos a los abusos, pues deslegitiman el modelo de desarrollo y la igualdad de oportunidades.

La centroderecha (y la política en general en Chile) no difunde conceptos como la diferencia entre lo legal y lo legítimo, lo que es justo y recto, el trato decente entre gobernantes y gobernados, entre empleadores y empleados. La alta política exige generar confianzas en los principios por los cuales se quiere llegar con legitimidad al poder, y poner el énfasis en una visión acerca de la res publica .

La tradición liberal clásica ha tenido poca presencia en nuestro país. Difundirla es una gran tarea para el futuro. El liberal, por definición, cree en la ampliación del ámbito de la libertad no solo económica, sino en todos los aspectos, lo cual no es contradictorio con ser conservador, si se desea, en la vida privada. Y siempre considera los deberes asociados a los derechos.

En la esfera pública deberían primar las ideas sobre los intereses, los principios sobre las encuestas y, definitivamente, el concepto de que la economía es un medio -muy importante, pero un medio- para ayudar a conseguir el fin superior, que es el bien común: una sociedad de individuos libres e iguales ante la ley, con crecientes oportunidades para hacerse cargo de su propio destino.

Los temas limítrofes de Chile y sus vecinos

Este análisis contiene los Tratados firmados por Chile con Argentina, Bolivia y Perú, la historia de ellos y sus mapas:

Hacer política exterior hoy significa definir con mucha precisión nuestros objetivos como nación. Uno de los principales es nuestra vinculación con la región a la que pertenecemos, que constituye nuestro espacio geoeconómico y geopolítico esencial. Implica también el conocimiento y la defensa de nuestra Historia…

Abrir link:   http://bit.ly/g14w7i.

Desarrollo implica Ideas y Visión

La evolución de una sociedad depende de las ideas que en ella predominan. La decadencia, como el progreso, es ante todo una actitud mental. No existe en el mundo nada más poderoso que las ideas. La vida intelectual de una comunidad es el fundamento que sustenta la fortaleza de sus instituciones.

Es peligroso para una sociedad que los más cultos comprueben que han perdido toda influencia, y que los más prósperos se centren sólo en las finanzas como un fin en sí mismo. Ambos grupos suelen retirarse entonces a un estado apolítico y privado, muy tranquilos en su pasajero bienestar. Y dejan el campo de las ideas a populistas e ideólogos.

En Argentina, los más capaces se retraen y ceden el país al caudillismo y al clientelismo; en Bolivia -riquísima en recursos-, la élite ha repetido tanto la idea de que todo es consecuencia de la mediterraneidad, que ella ha condicionando mentes y acciones. Las sociedades se estancan o avanzan de acuerdo con las ideas que en ellas prevalecen, no por riquezas materiales circunstanciales. Cuando George Washington en su despedida decía “no hay que endeudar a la nación”, se refería a un asunto de filosofía política, no de mera economía.

Chile no está libre de riesgos a pesar de su relativo progreso económico. He repetido en estas columnas que hace falta el estudio sistemático de filosofía y ética en colegios y universidades. Para que en una sociedad prosperen las libertades personales, el fundamento filosófico de ellas debiera estar en el centro de la reflexión. No hay políticos reflexionando sobre el espíritu de los tiempos ( Zeitgeist ) y el sentido de la libertad. Aristóteles explicaba que si somos realmente libres, todos los días tomamos opciones éticas en nuestra esfera privada, y los políticos en cada acto están respetando o burlando la fe pública. Sólo en libertad se puede ser ético, porque se puede optar sin coerción. Hoy gozamos de más libertades que en cualquier otra época de la humanidad.

Pero si en nuestra sociedad -los profesores en los colegios, los editores en los medios y, sobre todo, los padres en sus casas- no difunden la idea de la responsabilidad que implica la libertad, no habrá verdadero desarrollo. El crecimiento económico es un requisito, pero el verdadero progreso social y personal implica una visión, que sólo se da en el campo de las ideas.

Chile sin maquillaje

Chile está entrando en la difícil etapa de la madurez social, en la que, como en las vidas personales, se empieza a analizar el sentido de las cosas y las alegrías y dolores profundos del alma.

Ya no basta que haya bajo desempleo o buena cobertura educacional, sino que se pide -con razón- terminar con el injusto determinismo desde la cuna. Y cuando se trata de convocar a inversionistas extranjeros, hoy no buscamos sólo la llegada de capital para explotar recursos, sino que demandamos relaciones más sofisticadas que incluyan el compromiso con el desarrollo de nuestra sociedad.

Pero todavía entre los chilenos no nos tratamos bien. La mala educación en la calle y la falta de de respeto cívico contrasta con sociedades de larga tradición democrática,  donde disentir no es destruir. Exigir desde la sociedad civil mejoras en la calidad de vida es en sí un valor, en la medida que aprendamos a hacerlo con respeto.

Para mi gran sorpresa, entre las actividades del “Chile Day” realizado recientemente en Londres con el fin de promocionar al país para las inversiones, se mencionaron también nuestros puntos negativos, esos que nos pesan y dividen. Hubo sinceridad al referirse a las protestas, a nuestra educación, a las aún grandes desigualdades. Fue algo muy atípico para un país latinoamericano, porque las autoridades de esta región suelen exponer en el extranjero una realidad muy mejorada debido a un mal entendido patriotismo.

El solo hecho de que “Chile Day” sea convocado por In Best -corporación  privada chilena sin fines de lucro- en coordinación con el Ministerio de Hacienda, es un ejemplo de sinergia público-privada novedoso en América Latina. Varios asistentes británicos me hicieron ver lo extraordinario que les pareció que la Municipalidad de Londres prestara su sede para el Chile Day, y que el Ministro de Economía y Finanzas George Osborne recibiera a nuestra delegación en Downing Street, donde el Ministro Felipe Larraín destacó los esfuerzos de Chile.

Se requiere mucha solidez y seguridad en la propia capacidad para mostrarse afuera con realismo, sin maquillajes, ante un público que busca estabilidad para invertir.

El máximo signo de madurez democrática es una sociedad civil crítica y exigente con sus autoridades, como ocurre en EEUU o en Europa y empieza a suceder en Chile. De lo contrario, al simple ciudadano sólo le cabe esperar lo que el “ogro filantrópico” -como llamaba Octavio Paz al Estado todopoderoso- se digne a otorgarle. Pero para expresar esas exigencias aún nos falta mejorar las formas: el respeto es fundamental en una democracia.

Libertad “PARA” y no “CONTRA”

En la columna anterior expresé que el destino de los países se define en la actitud mental de sus habitantes; que las naciones son mucho más que territorio y recursos; que lo importante son ciertas cualidades -morales o de carácter- que llamamos idiosincrasia, de la cual dependen  la cohesión interna y la calidad de las instituciones que esa sociedad desarrolla.

Voy a insistir porque considero preocupante la falta de civilidad en nuestro país. Se nota en la agresividad al manejar, en la manera de protestar -siendo legítimo el derecho a manifestarse- y en la forma despectiva en que la clase política se relaciona entre sí, dando un ejemplo nefasto al resto de la población. Falta educación cívica a todo nivel.

Siempre me ha sorprendido la capacidad de EEUU para lograr, desde su independencia, el  difícil equilibrio entre la libertad individual y el ejercicio de la autoridad en un Estado de Derecho. Y también la eficacia de esa sociedad para incorporar a los inmigrantes, y en breve plazo hacerlos sentir ciudadanos responsables –sujetos de derechos y obligaciones- aunque provengan de países donde esos principios cívicos no existen.

Parte de la respuesta está en su Declaración de Independencia (1776). Ese  texto se hace cargo de las preguntas políticas fundamentales del género humano, que trascienden circunstancias, progreso material o tecnológico, y están plenamente vigentes en el siglo XXI.  Es un brevísimo documento, pero traduce en palabras prácticas profunda filosofía política.

Lo que logró desarrollar EEUU – y le permitió el progreso- fue un concepto de  libertad PARA algo, con visión de futuro apuntando a una sociedad de oportunidades. Muchas repúblicas latinoamericanas conquistaron su libertad CONTRA España, pero luego sucumbieron a los caudillos, a las enormes diferencias de oportunidades y a un Estado asfixiante que Octavio Paz llamó “ogro filantrópico”.

La propia Constitución de EEUU –la única que ha tenido ese país desde 1787- busca equilibrios, tanto entre los poderes del Estado, como entre derechos y deberes de los ciudadanos. Los poderes de la autoridad derivan del “Consentimiento de los Gobernados”. A las  personas le reconoce derechos inalienables que los gobiernos deben asegurar, pero la condición exigida es respetar los derechos iguales de los otros: la libertad –se enfatiza- lleva implícito el respeto a la persona, a la propiedad y a los contratos.

Los chilenos hemos hecho enormes esfuerzos de desarrollo económico y el país es el mejor evaluado de la región en ese ámbito. Pero nos falta progresar en sociabilidad, en urbanidad, en una mejor disposición hacia el otro, en cortesía y buen modo para una mayor cohesión nacional. En creer en una libertad PARA, y no CONTRA algo.