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Podríamos parar esta decadencia

La falta de certeza jurídica es a la política, lo que la inflación es a la economía: un cáncer. Es una maligna enfermedad social que perjudica a los más débiles, porque no tienen la influencia ni la capacidad de especulación que ambas distorsiones les permite a sacar partido a los inescrupulosos.

Chile está perdiendo uno de los mejores atributos que lo ha distinguido en la región: la seriedad de sus instituciones y, como consecuencia directa, la certeza jurídica. La responsabilidad es del gobierno que usa en forma discrecional su poder para desvirtuar algunas facultades del Estado, y de algunos potentes particulares que han ejercido su enorme riqueza e influencia para des-emparejar la cancha, para distorsionar la economía y afectar la confianza.

Como muchos chilenos, quiero ser parte de una sociedad civil que se oponga –con respeto- a los abusos, que no acepte que desde empresas poderosas se reparta dinero a los políticos, que no permita que gobiernos como el actual liquide de un plumazo la productividad que Chile ha ido construyendo por décadas. Quiero que mis hijos y nietos vivan en una sociedad más amable, más respetuosa, con mayor responsabilidad cívica.

Esta caída que estamos viviendo no terminará mientras todos nosotros, como parte de la sociedad civil, no captemos que gobiernos con mala gestión como el actual, o actuaciones como la de SQM y sus pagos,  están mermando lo más preciado que debe garantizar un Estado de Derecho: las libertades personales. Libertad es lo que se va perdiendo cuando la autoridad y algunos poderosos se sirven del país para obtener cuotas de poder a costa de esforzados ciudadanos.

Es preocupante además comprobar el grado de ignorancia con que se está discutiendo el tema constitucional.  Esto es consecuencia directa de la nula preocupación histórica en Chile por la educación cívica, cuyos conceptos en los países con democracias estables se inculcan desde la primera infancia. A través de los años he comprobado con tristeza que impartir educación cívica en Chile en forma objetiva y respetuosa es otro tema que divide. Algunos desde la izquierda la consideran un instrumento para adoctrinar. Otros, generalmente la derecha conservadora y su actitud de avestruz en tantas materias, no quieren oír hablar de educación ciudadana por temor a que se preste para esas distorsiones, en vez de ocuparse de que exista y de buena calidad.  Sencillamente no ha penetrado aún en ese sector retrógrado el verdadero liberalismo, ese que surgió en Europa como antídoto contra el absolutismo monárquico.

La esencia del liberalismo político es creer en un Estado de Derecho que garantice las libertades personales frente al poder, y promueva la responsabilidad individual por los actos propios. Como he insistido en estas columnas, en Chile se impuso una derecha demasiado centrada en la economía sin asociarla a un verdadero, profundo y responsable sentido social. No está en su ADN devolver a la sociedad, como debería, sin un sentido paternalista sino justo. Y la izquierda, en vez de seguir la tendencia socialdemócrata que avanzó en occidente, en Chile es proclive a una trasnochada visión ideológica, estatista, sumada a una ineficiencia total. Eso es lo peor para el verdadero progreso social, en el que las personas puedan lograr su propio desarrollo, en vez de estar condenadas a ser dependientes y clientes de un estado burócrata, ineficiente, asfixiante.

Futuro de armonía cívica

El preocupante clima de desconfianza en Chile requiere de un consenso social básico, un acuerdo de convivencia cívica como el que permitió que Alemania -en la ruina tras la 2ª Guerra Mundial- se transformara en el motor económico de Europa.
Este año, Camchal (Cámara Chileno-Alemana de Comercio) celebra un siglo en Chile y en muchas de sus actividades promueve el círculo virtuoso que hizo posible el “milagro” económico alemán. No fue algo milagroso, sino un acuerdo en torno a la economía SOCIAL de mercado, con tres elementos clave. El primero fue un Estado atento que mediante políticas tributarias adecuadas fomentó la creación de empresas, sobre todo de pymes, que agrupan el 80% de la fuerza de trabajo.
Se logró una convivencia sana entre empresarios, trabajadores y sindicatos que se involucran todos en el resultado, conscientes de que se necesitan mutuamente, y la diferencia de ingresos entre el ejecutivo que gana más y el último salario es razonable y justa de acuerdo al mérito.
Las empresas, desde el principio y sin necesidad de que les tuvieran que imponer la hoy de moda RSE (responsabilidad social empresarial), se vincularon con la comunidad y el entorno, al punto que se hicieron parte de la educación dual: sistema en el que se combina la teoría con la práctica temprana de los estudiantes en las empresas, fomentado por un Estado subsidiario y facilitador.
Por último, se impulsó la Hightech-Strategie , un alineamiento entre institutos de investigación, universidades y empresas interesadas en la innovación, para fomentar la creatividad y a la vez la aplicación práctica de los resultados en la economía.
Lo notable es que esto sucedió con énfasis en leyes laborales justas, en democracia plena, y reconstruyendo primero los estragos físicos y sociológicos de la guerra mundial y, más tarde, recuperando la parte oriental de Alemania que, ocupada por el comunismo soviético, no permitía ni la libertad ni la creatividad.

¿Se puede lograr un progreso social armonioso semejante en Chile?
Perfectamente. Es “solo” cosa de sabernos parte de la misma sociedad y del mismo destino; comprender que el respeto cívico es una decisión, una determinación que nos da dignidad a todos; que empresarios y trabajadores son complementarios y no adversarios; que los gobiernos y los políticos están al servicio de la sociedad y no para servirse de ella; y que en vez de colusiones, se debe avanzar hacia acuerdos interempresas para cooperar frente a la competencia mundial en vez de tramposos monopolios. Se puede. Y lo primero, lo más básico, es reencontrarnos dejando a Allende y a Pinochet a los historiadores y poniendo la mirada en un futuro amable y de armonía cívica.

Inauguración del consejo político de Chile Vamos

Karin Ebensperger Ahrens

“Estimados Amigos:

Me incorporo a este Consejo Político en mi calidad de chilena independiente que se interesa en la marcha del país. Creo que las grandes naciones lo son porque tienen una sociedad civil atenta y participativa, que debe observar y exigir buenas políticas públicas. Repito: soy independiente, y si bien valoro mucho el rol que cumplen los partidos políticos en una democracia, valoro aún más que exista una ciudadanía responsable, atenta, informada, participativa, que sepa exigir a los políticos un buen servicio al país. Como sabemos, están hoy muy mal evaluados.

El destino de los países depende de la actitud mental de sus habitantes. Las naciones son mucho más que territorio –que debemos valorar, cuidar y defender- , son más que sus recursos naturales –que muchos países de nuestra región han malgastado por populismos y falta de seriedad de sus líderes- …el destino de los países se define por ciertas cualidades – que podemos llamar carácter o idiosincrasia- que es una actitud mental sobre cómo actuar en comunidad.

En diversas naciones que consideramos desarrolladas y que además son las mejor evaluadas en felicidad, un concepto que hoy se mide, la cohesión  nacional y la paz social son resultado de la educación cívica o ciudadana o como queramos llamarla: es una larga cadena de aprendizaje que empieza en la infancia y se expresa en la clase dirigente. Hace muchos años que vengo diciendo en columnas de opinión que debemos inculcar valores cívicos y de respeto por la historia común. Sin un  sentido de pertenencia y valores compartidos, las sociedades quedan a merced de los populismos, o de mayorías circunstanciales, que podrían utilizar el poder sin sentir compromiso con las futuras generaciones.

Tan potente es el carácter nacional, esa actitud mental, que de eso dependen las instituciones políticas y el grado de apoyo que generan en la población.

Llama la atención que hay personas que habiendo ido a los mejores colegios y universidades cometieran abusos y grave irrespeto a la fe pública. No entendieron de qué se trata el respeto cívico. Y tampoco lo entendieron algunos dirigentes de los partidos políticos del sector, y algunos centros de pensamiento, que dicen defender la libertad política y económica: debieron ser los primeros en denunciar esas malas prácticas en vez de bajarles el perfil. La sociedad de libertades se defiende desde adentro, no sólo criticando a los del frente. Destruir la fe pública es lo más grave que puede pasar en una sociedad, porque trae desconfianza, se van liquidando las instituciones, y de ahí al populismo hay sólo un paso.

A la centro-derecha se le suele olvidar que el liberalismo político y económico surgió en Europa como reacción al poder de las monarquías absolutas. Su esencia es creer en el Estado de Derecho, en la igualdad ante la ley, y en la responsabilidad personal por los actos propios.

Parece entonces que como país tenemos un problema más profundo que la educación y su financiamiento. Lo que en realidad está en juego es la clase de sociedad que queremos y cuál es el sentido del desarrollo. El verdadero desarrollo es mucho más que el crecimiento económico, el cual es fundamental, pero NO basta por sí mismo. Nos hemos olvidado de la importancia de las buenas costumbres, del respeto. No es lo mismo actuar en forma legal que actuar en forma legítima! Dictamos muchas leyes en Chile, pero todas serán insuficientes si no somos formados desde la cuna en los derechos y en los deberes ciudadanos.

En  países con democracias estables, la oposición tiene tanta responsabilidad como el gobierno. Se puede deducir el grado de cultura cívica de una nación por el equilibrio entre el gobierno de turno y la oposición, la cual debe ejercer un rol fiscalizador y propositivo. Hoy gobierno y oposición están muy mal evaluados.

Termino insistiendo en que estoy aquí como independiente, porque sueño con una forma de hacer política mucho más solidaria y compasiva, en que las personas sean vistas como seres integrales y no sólo como consumidores, o como votantes cuando viene una elección.

Los chilenos hemos vivido procesos traumáticos que aún nos dividen. Pero pensemos positivamente: también hemos sido capaces de organizar la democracia y los presidentes: Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, Piñera han sido personas sensatas. Creo que los chilenos somos un pueblo sensato.

Pero tenemos que avanzar en comprender que no hay nada más difícil para una sociedad que el equilibrio entre la libertad individual, y el ejercicio de la autoridad. Ese equilibrio es la esencia de la política. Implica entender que nadie, ni siquiera un rey como lo estableció ya en 1215 la Carta Magna, nadie puede estar por encima de la ley. En un Estado de Derecho, nadie puede burlar el espíritu de las leyes. Estoy en este nuevo Consejo Político para tratar de ayudar a que entre todos avancemos hacia una sociedad más armónica y más cohesionada.”

Ética y mercado, el vínculo que suele perderse

Hace cinco años, en este espacio, escribí una columna muy similar a la que publico hoy.  Fue a  propósito de La Polar y de la crisis subprime que tuvieron enorme impacto público, como ahora la colusión del papel o las farmacias.  Quisiera recordar aquí algunos conceptos.
Aristóteles decía que como nuestra naturaleza es social -y porque vivimos en comunidad- todos los días tomamos opciones éticas. En cada uno de nuestros actos en comunidad estamos respetando o burlando la fe pública. Abusar de ella trae desconfianza y el fracaso de las instituciones.

Adam Smith -al que sólo se menciona por sus estudios acerca del mercado- era profesor de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Publicó estudios sobre ética, la que consideraba indisolublemente unida a la economía, pues de lo contrario -decía- ésta se aleja del bien común. “No es aceptable enriquecerse de cualquier forma, debe hacerse de manera legítima” insistía. Sin principios como la honestidad, se rompe algo esencial en una economía libre: la confianza. Quienes ahorran y aportan así el capital al sistema, y quienes compran productos con su esfuerzo, empiezan a perder confianza…y así se va destruyendo la fe pública.

El liberalismo económico está vinculado al uso de la libertad en sociedad (en contraste con el socialismo estatista, donde unos pocos burócratas dominan y suele proliferar la corrupción). Se trata de un sistema que funciona sobre la base de acuerdos no coercitivos para beneficio mutuo, en la libertad para emprender respetando la igualdad ante la ley y la transparencia en la información. Son conceptos  olvidados entre algunos empresarios, que afectan al conjunto de la sociedad y el prestigio de sus pares.  Adam Smith jamás defendió la idea de una sociedad guiada por la moral del máximo beneficio sin respeto por el ser humano. En su “Teoría de los Sentimientos Morales” aclaró que un buen empresario, guiado por sus propios intereses y por la legítima ganancia, promueve la riqueza y el bien común con más eficacia que si una planificación estatal impusiera la forma de producir. Pero, agregaba,  eso no puede constituirse en sinónimo de un egoísmo desenfrenado.

Es necesario que en las facultades de economía se enseñe el aporte completo de Adam Smith, su pensamiento sobre la solidaridad y la compasión. En sus cursos la economía política, sabiamente, incluía filosofía moral y ética. Estudiaba al ser humano en forma integral y no sólo como consumidor. Bien bueno sería que las actuales universidades enseñaran correctamente a Smith;  y que además familiarizaran a los alumnos con  las reflexiones de  Aristóteles, quien ya en el siglo IV a.C. hablaba de la relación entre ética, felicidad y bien común.

La Carta Magna

Nada más difícil para una sociedad que el equilibrio entre la libertad individual y el ejercicio de la autoridad en un Estado de Derecho. En momentos en que en Chile discutimos sobre la Constitución, es interesante observar cómo han resuelto el tema en otras sociedades.

Estoy en Londres y me ha impresionado la devoción con que los británicos celebran los 800 años de la Carta Magna, que estableció el imperio de la ley y el Estado de Derecho.

Decenas de miles de persona han visitado este ancestral documento exhibido en la Biblioteca Británica. Cada escuela del país recibió una copia de la Carta Magna, incorporando así desde la primera infancia la educación cívica y el respeto por las instituciones del Reino Unido. ¿Y qué establece esta Carta Magna que tras ocho siglos sigue siendo la piedra angular de la cual derivan las organizaciones del Estado de Derecho hasta hoy? Expresa principios intransables, como que nadie puede ser privado de su libertad, de sus derechos y de sus posesiones de ninguna manera, que a nadie se le negará la justicia y que nadie, ni siquiera el rey, está por encima de la ley. Es muy notable que ya en 1215 se consagrara que la voz del pueblo debía ser oída por el rey Juan, debido a las tensiones por la tierra, la corrupción y la arbitrariedad.

Es, en esencia, un documento que garantiza las libertades inalienables de los individuos frente al poder, y las responsabilidades que todos tenemos respecto de los acuerdos y de la legalidad.

Sus conceptos están hoy impresos en muchas sociedades e inspiraron los orígenes del Parlamento y de la democracia en Occidente. La Carta Magna se ve reflejada por ejemplo en la Declaración de Derechos de Estados Unidos de 1791; también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1948. Su influencia permanente fue diseñando los modernos conceptos de libertades civiles y democracia.

Los ideales de la Carta Magna están vivos y son la base hasta hoy del Derecho inglés. Los británicos son tan conscientes de estos valores, que los han reforzado en los llamados principios Nolan, que son las normas de comportamiento exigidos a los funcionarios públicos y a los parlamentarios: desinterés, integridad, objetividad, responsabilidad, transparencia, honestidad y liderazgo.

El pueblo británico valora estos grandes principios que son los que dan estabilidad a una nación; no se enredan en detalles interminables, como ocurre con las constituciones que suelen redactarse en América Latina, y que pocos respetan. Son los buenos principios, simples y claros, los que ayudan a formar sociedades cohesionadas e instituciones legítimas.

Los agravios de Morales

La facilidad con que -con costo cero- Bolivia se permite ofendernos con graves epítetos ante la opinión pública mundial está afectando la percepción externa de Chile. No solo nos demanda en La Haya, sino que también ha desplegado una propaganda insultante que nuestras autoridades en general -a lo largo de diversos gobiernos- han aceptado estoicamente.

El estoicismo tiene sentido cuando ante una situación irremediable no hay más salida que la resignación y dominio de sí mismo. Pero frente al agravio gratuito, corresponde contestar, por la dignidad de Chile, con fuerza y claridad. El canciller Heraldo Muñoz ha hecho bien al aclarar -ante un llamado del Papa Francisco para un diálogo bilateral- que Bolivia rompió relaciones; luego el diálogo, al demandarnos, y que Chile ofrece restablecerlos de inmediato.

En el caso sobre la delimitación marítima con Perú, Chile actuó -con razón- estoicamente; debía acatar el fallo de La Haya, que si bien reconoció todos los argumentos chilenos, incluyendo el paralelo y el hito 1, que Perú cuestionaba, otorgó a nuestros vecinos una enorme porción de mar. Tras ese fallo, esperábamos tranquilidad en la relación con Lima. Pero Perú inmediatamente anunció una nueva exigencia, la de un triángulo terrestre, y aún no cumple el compromiso asumido con el tribunal de adecuar sus leyes a la Convemar (Convención del Mar), que Chile sí ha firmado y respetado. Es difícil confiar en ese gobierno, que además construye absurdas acusaciones de espionaje y manifiesta apoyo a la demanda boliviana, que es un asunto bilateral.

Frente a la ofensiva comunicacional de Evo Morales, no podemos olvidar que Perú es el gran obstáculo para Bolivia. El más elemental sentido común entiende que Chile no puede ser dividido en dos, dejando un Chile del norte y un Chile del sur, separados por un enclave o un paso boliviano. Ningún país aceptaría una aberración así. La única posibilidad de considerar algún arreglo en relación con la aspiración boliviana sería junto a la frontera norte de Chile, en el límite con Perú. Pero Lima no quiere dejar de ser vecino de Chile y se ha opuesto, sobre la base del Tratado de 1929, a cualquier posible entendimiento chileno-boliviano.

Chile tiene el mismo derecho a recordar que el Tratado de 1904 con Bolivia, que fijó el límite, está plenamente vigente, pero aun así ha buscado caminos en relación con la aspiración boliviana, en pro de una buena vecindad, moderna y mutuamente conveniente. Ha llegado el momento de mencionarlo y contrarrestar la política comunicacional de Bolivia: Chile ha ofrecido soluciones y Perú se ha opuesto. Bolivia, por lo tanto, tiene un problema con Perú, y tarde o temprano deberá reorientar hacia Lima sus exigencias.

Educación cívica, ciudadana, ética y filosófica

En Chile nos hemos olvidado de la importancia de la formación cultural básica, de las costumbres más allá de las leyes. Dictamos muchas normas, pero todas serán insuficientes si no somos formados desde la cuna en conceptos como el bien común, el buen funcionamiento de las instituciones y el respeto que se les debe si queremos una sociedad en paz. Además de los delitos de violencia física, los delitos intelectuales y el irrespeto a la fe pública hacen mucho daño.

Eso lo tenía muy claro Wilhelm von Humboldt, el gran pensador universal que en materia de educación dejó una influyente huella en la cultura occidental. Creó en Alemania el modelo de la escuela primaria y de enseñanza media o “Gymnasium”. Fundó la Universidad de Berlín, en la que los profesores ya no debían enseñar según un modelo docente rígido, sino investigar junto con sus alumnos. Tan buenos fueron los resultados que se transformó en el modelo inspirador de muchas universidades norteamericanas. Decía que “la auténtica finalidad del ser humano -no aquella de inclinación cambiante, sino que de su infinita e inmutable esencia- es lograr su educación máxima según sus potencialidades y equilibrando todas sus fuerzas, para formar un ser integral; para esa educación, la libertad de enseñanza y la formación en la escuela básica son la más imprescindible de las condiciones. De ahí surge la unión en la diversidad, el bien más alto al que puede aspirar una sociedad”.

En estas columnas llevo años diciendo que impartir educación cívica a los niños desde muy chicos es fundamental. No para que aprendan definiciones de memoria, sino para que entiendan los asuntos de la sociedad. En Chile tenemos muchísimas leyes, pero hay profunda ignorancia sobre el valor de impartir una justicia que se respete y lo complejo que es administrarla, acerca de los equilibrios que requiere la República, la esencia de las instituciones, el verdadero respeto al prójimo y a los bienes públicos. Considero que los valores imperantes en una sociedad se van forjando, y de ellos depende la calidad de las instituciones y la estabilidad política, que conduce al verdadero desarrollo, que no es solo económico, sino también cultural.

Volviendo a Von Humboldt, explicaba que en la escuela primaria se construye la base de toda la enseñanza posterior. Por eso proponía una formación tan sólida en valores culturales, como la honestidad y el respeto, que esa base “nadie la pudiera desdeñar sin despreciarse a sí mismo”.

Atrasado fin del siglo XX

Aunque nada concreto ha variado aún, todo cambió. Hay otro clima, otro tono. La restauración de relaciones entre Washington y La Habana demuestra que la libertad personal es el concepto filosófico clave de la sociedad occidental, un valor intransable que derriba muros e ideologías.

Estamos observando -entre EE.UU. y Cuba- esa definición que dice que la política es “el arte de lo posible”. Porque nadie en La Habana ha dicho que el régimen pondrá término al monopolio del PC. Tampoco Washington ha ofrecido por el momento el fin del embargo económico, que depende del Congreso. No, esto es Realpolitik pura y dura. El arte consiste en reconocer el nuevo escenario, sin exigencias. El Presidente Obama actúa con la esperanza de que reanudando relaciones políticas y económicas se fortalecerá la sociedad civil en Cuba, que exigirá más libertad. Y los Castro aceptan transparentar lo que ya todos sabemos: que Cuba depende de los dólares norteamericanos, y esas remesas ahora serán mucho mayores.

Entendiéndose con Washington, el régimen castrista calcula que podría salvar algo de su utopía, pues, como dijo Raúl Castro, “queremos actualizar el modelo económico para construir un socialismo próspero y sostenible” (en otras palabras, eso que no existe hoy en Cuba). Es una forma de ceder sin perder la cara ni la retórica, algo sustancial para los Castro. Y, astutamente, Barack Obama no insiste por ahora en democracia y derechos civiles. Espera dividendos políticos al dar curso a ganancias concretas: hay planes de financiar emprendimientos privados en la isla, exportar equipos informáticos, liberalizar viajes y, sobre todo, abrir mecanismos financieros, cuentas bancarias en Cuba. Increíble. Empresarios cubanos de Miami ya se preparan para invertir fuerte en infraestructura, tan atrasada en la isla. Washington espera así ayudar a una transición mesurada, antes de que ocurra un descontrol a 140 km de su costa.

Pero aunque todo sea pragmatismo y nadie hable de amor a la humanidad o hermandad de los pueblos, lo que está ocurriendo es esperanzador. Sucede a 25 años del fin del Muro de Berlín, que no “cayó”, sino que cedió ante el clamor popular por libertad. En forma sutil, pero igualmente significativa, la isla que desde enero de 1959 es dirigida por el mismo PC y la misma privilegiada familia, hoy abre sus costas porque la libertad se estaba colando entre las rocas y el malecón. La revolución que casi colapsó con el derrumbe de la ex URSS (después de exigir tanta sangre de cubanos peleando para Moscú guerras ajenas en África) hoy acepta algo que muchos como Yoani Sánchez venían sosteniendo hace años: la ideología no alimenta a nadie y ha impedido que los cubanos desplieguen su creatividad en libertad.

La democracia es más

“El sentido de comunidad armónica y el bien común como finalidad última se consigue creando confianza, con lucidez y sabiduría política, sin procesos traumáticos…”

Dos hechos han ido nublando el horizonte chileno: la Nueva Mayoría anuncia reformas que pretenden refundar la sociedad y, desde el mundo económico, casos deplorables como La Polar, farmacias, Cascadas y otros, han empañado el esfuerzo de tantos empresarios honestos. El país está ante una complicada disyuntiva por la falta de confianza en sus instituciones y en su clase dirigente. Resurgen preguntas de fondo sobre la naturaleza de la libertad -que no es solo económica-, el rol de los gobiernos y el sentido del desarrollo.

La historia llevó a nuestro país hace unas décadas al enfrentamiento entre dos visiones antagónicas: la socialista marxista, que sufrió una fatal derrota al caer el Muro de Berlín y la URSS, y la democrática con economía liberal. Hasta ahora, los diversos gobiernos desde 1990 han aplicado la segunda opción, y Chile ha sido observado como ejemplo exitoso de la región. Pero en este período de incertidumbre, debemos recordar que Chile es muy vulnerable, con una economía aún precaria. Los países prósperos son los que lograron mantenerse estables, sin experimentos sociales utópicos. Hay muchas cosas que mejorar en Chile para lograr una sociedad más inclusiva, pero no a costa de destruir lo que se ha construido. El sentido de comunidad armónica y el bien común como finalidad última se consigue creando confianza, con lucidez y sabiduría política, sin procesos traumáticos.

Para recuperar confianzas, sería bueno que algunos empresarios empiecen por fin a defender realmente la libertad económica: demostrar ser partidarios del sistema, no solo de las ganancias; incorporar a la comunidad, propagar las ideas que conducen a mercados verdaderamente libres y revisar por qué la mayoría de los chilenos nos sentimos constantemente abusados por la falta de transparencia.

Pero sobre todo los políticos, y quienes nos conducen hoy desde La Moneda, deben recordar que la democracia es más que una elección de autoridades, que ningún gobierno, aunque haya obtenido mayoría de votos, puede concentrar todas las iniciativas ni refundar las instituciones. El sistema de equilibrios del poder es la esencia de la democracia, porque se suele confundir el tener la mayoría con tener la razón. Por eso las democracias modernas incorporan la idea de que la mayoría se puede equivocar, e incluso adoptar medidas antidemocráticas o populistas. Todas las democracias exitosas valoran las instancias de reflexión y la estricta división de poderes.

La sociedad democrática debe incluir la complejidad de ideas y fines de muchos grupos. La labor del gobierno es ayudar a que eso se dé en la mayor armonía posible. Nadie puede, en nombre del pueblo, decirle al pueblo lo que debe hacer. El gobierno democrático de origen -y sobre todo de ejercicio- conlleva siempre obligaciones morales de respeto, ética, eficiencia y decencia, para ayudar a afirmar, y no destruir, la cohesión social.

Presidentes de Chile juntos

“Para una política exterior exitosa se requiere, además de hacer bien la tarea, saber presentarla vía una diplomacia pública que hoy es tema prioritario en las cancillerías…”

La Cancillería ha dado a conocer un video sobre la demanda de Bolivia en La Haya, en el que se ilustra sobre los argumentos de Chile y los muchos -los increíbles- beneficios que nuestro país otorga a Bolivia. Se trata de diplomacia pública. El respeto que Chile ha tenido por los tratados y el Derecho Internacional es reconocido y es una gran fortaleza. Pero también hay que aceptar que hoy en día, con las redes sociales, existe el tema de las percepciones que se forma la opinión pública, la calle, como suele decirse. Bolivia ha trabajado especialmente ese aspecto, presentándose en todos los foros como un pobre país enclaustrado cuyos males derivan de no tener acceso soberano al mar.

Para una defensa más eficiente de la soberanía y del interés nacional, hoy se requiere una estrategia político-comunicacional. Chile no había sido eficiente en este aspecto, por el defecto de una virtud. Esa virtud consiste en que en Chile no se practica un nacionalismo populista, sino que este es un sentimiento suave, sano: un referente de identidad, no una bandera de lucha contra un vecino. Pero el defecto de esa virtud es que erróneamente hemos creído que el respeto a los tratados bastaría para garantizar la soberanía. Y hemos aceptado estoicamente que se nos vilipendie en los foros por parte de presidentes populistas, y hemos respondido con mesura y con un idioma legal, lo cual es lo correcto, pero hoy no basta. La Paz sistemáticamente trata de introducir en la opinión pública el concepto de que tiene reclamaciones legítimas que incluso denomina derechos “expectaticios”, palabra que no existe, pero que insinúa una esperanza unilateral transformada en derecho adquirido. En cambio, Chile no se ha dedicado a resaltar sus enormes aportes a Bolivia, que cuestan caro cada año. La Paz argumenta, por ejemplo, que el Tratado de 1904 le fue impuesto, cuando en realidad fue ratificado por el Congreso boliviano sin presiones más dos décadas después de terminada la guerra de 1879. Ismael Montes ganó la presidencia de Bolivia ese año 1904 enfatizando el excelente tratado que La Paz había obtenido; su sucesor, Eliodoro Villazón, repitió el argumento para ser elegido, y el propio Montes -recalcando los beneficios que obtuvo Bolivia- fue reelegido en 1913. Y es que, efectivamente, los pagos y concesiones que Chile hizo en esa época fueron enormes, como lo son hasta hoy los aportes que sigue haciendo en los puertos que Bolivia usa en Chile. Eso se explica muy bien en el video. Como hemos dicho antes en estas columnas, para una política exterior exitosa se requiere, además de hacer bien la tarea, saber presentarla vía una diplomacia pública que hoy es tema prioritario en las cancillerías. Recomiendo ver el video “Chile y la aspiración marítima boliviana: mito y realidad” y constatar, a través de la Presidenta y los ex presidentes de Chile, que en política exterior tenemos continuidad y profunda convicción, lo que nos une en un tranquilo y pacífico orgullo nacional.